El PP afronta su propio descenso al infierno de la corrupción con un admirable ejercicio de simulación (como diría Cospedal). Rajoy
se esconde y sus portavoces intentan ponerle al caso Gürtel-Bárcenas
una escenografía que parezca fina y correcta aunque se vea la trampa a
kilómetros. Todo eso de hacer públicos ingresos oficiales y vagorosas
contabilidades en A da risa a quienes tienen alguna idea de cómo
funcionan los tejemanejes. Aunque siempre hay gente que traga por
ignorancia o por sectarismo. Así que ahora, para seguir con el disimulo,
Génova ha presentado sendas demandas contra el inefable Bárcenas y contra el diario El País.
Para demostrar que el cándido Mariano no escurre el bulto. Pero esta
acción judicial es una cosita de poco más o menos, un trampantojo, un
teatrillo.
Se lo explico. Cuando alguien dice de tí en público
algo que es mentira y que te involucra en la comisión de un delito o
irregularidad grave, no se ponen demandas civiles reclamando el derecho
al honor y exigiendo indemnizaciones en metálico. Eso vale (hablo en
términos generales) para los barulletes de la prensa del corazón o para
que los caraduras y sinvergüenzas intenten amedrentar a los medios o
sacarles algún euro. Cuando el asunto es serio de verdad y la falsedad
de lo divulgado resulta obvia, lo que se hace es presentar una querella
penal por calumnias e injurias, e ir a por todas. Claro que en el primer
caso te garantizas un larguísimo y olvidable proceso que discurre por
simple inercia durante años, sin vista pública ni momentos dramáticos;
mientras que en el segundo debes articular tu acusación y asumir que un
juez la rechace si no la ve bien fundamentada. La demanda puede no tener
en cuenta la exceptio veritas (que lo divulgado sea verdad). La querella, sin embargo, exige desmontar la malvada invención de quien te ha calumniado.
O sea, menos lobos. Venirnos con demandas rosas a estas alturas resulta petético. ¡Bah! Hace años, a mí me metieron algunas de esas el ínclito José Luis Martínez Candial y el no menos ínclito Antonio González Triviño, y me las merendé de un bocado. ¡Ñam!
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