Por la misma regla de tres que convirtió a Garzón, el juez instructor, en el primer y único condenado del caso Gürtel,
parece normal que los activistas de Stop Desahucios lleguen a ser las
primeras víctimas judiciales del barullo que tiene armado la CAI. No
cabe más desvergüenza, injusticia y pitorreo. Se nos ríen en la cara.
A la vista del atestado policial que relata lo ocurrido el pasado día 7
y de la denuncia de la CAI, han sido citadas a declarar cincuenta y dos
personas, entre las que se incluyen representantes municipales en el
Consejo General de la entidad, un cura que apoya a los sin techo (como
el nuevo Papa, ¿no?) y dos periodistas. Pretendían informar, los
infelices.
A los de Stop Desahucios los vi ese día cuando aún
estaban en la puerta de la CAI con sus pancartas. No me pareció que
hiciesen nada malo. Es difícil, al pasar ante ese edificio, imaginar
maldad o delito alguno que no sea el saqueo a que fueron sometidos sus
recursos por parte de una dirección sobre la que hoy planea la sospecha.
En una caja de ahorros cuyo patrimonio ha perdido entre mil y tres mil
millones de euros (según distintas valoraciones) a causa de los más
oscuros tejemanejes, la protesta pacífica de quienes defienden a los
hipotecados debería inspirar ternura. Pero de momento van a tener que
retratarse ante el juez (los protestones, los consejeros, el cura y los
periodistas) mientras los jefazos que decidieron comprar empresas,
montar inmobiliarias y hacer malabarismos con el dinero de los
impositores están ahí, tan tranquilos, con indemnizaciones millonarias,
pensiones bestiales y otros bocaditos de nata que ni quiero imaginar.
Viendo lo visto, ya nada debería extrañarnos. Ni lo de Chipre ni
cualquier otro robo institucionalizado. En esta Europa dominada por la
gran mafia financiera, la presunta condición de delincuente cae a plomo
sobre la gente de a pie. Si son pobres, por vagos y maleantes. Y si han
logrado ahorrar cien mil euros, por ser ricos sin serlo en realidad. Los
potentados de verdad, entre tanto, hacen lo que les place. Son los
putos amos... y dictan la ley. Mientras se les deje, claro.
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