miércoles, 20 de marzo de 2013

Pero... ¿qué se ha creído esta gente? 20130320

Por la misma regla de tres que convirtió a Garzón, el juez instructor, en el primer y único condenado del caso Gürtel, parece normal que los activistas de Stop Desahucios lleguen a ser las primeras víctimas judiciales del barullo que tiene armado la CAI. No cabe más desvergüenza, injusticia y pitorreo. Se nos ríen en la cara.

A la vista del atestado policial que relata lo ocurrido el pasado día 7 y de la denuncia de la CAI, han sido citadas a declarar cincuenta y dos personas, entre las que se incluyen representantes municipales en el Consejo General de la entidad, un cura que apoya a los sin techo (como el nuevo Papa, ¿no?) y dos periodistas. Pretendían informar, los infelices.

A los de Stop Desahucios los vi ese día cuando aún estaban en la puerta de la CAI con sus pancartas. No me pareció que hiciesen nada malo. Es difícil, al pasar ante ese edificio, imaginar maldad o delito alguno que no sea el saqueo a que fueron sometidos sus recursos por parte de una dirección sobre la que hoy planea la sospecha. En una caja de ahorros cuyo patrimonio ha perdido entre mil y tres mil millones de euros (según distintas valoraciones) a causa de los más oscuros tejemanejes, la protesta pacífica de quienes defienden a los hipotecados debería inspirar ternura. Pero de momento van a tener que retratarse ante el juez (los protestones, los consejeros, el cura y los periodistas) mientras los jefazos que decidieron comprar empresas, montar inmobiliarias y hacer malabarismos con el dinero de los impositores están ahí, tan tranquilos, con indemnizaciones millonarias, pensiones bestiales y otros bocaditos de nata que ni quiero imaginar.

Viendo lo visto, ya nada debería extrañarnos. Ni lo de Chipre ni cualquier otro robo institucionalizado. En esta Europa dominada por la gran mafia financiera, la presunta condición de delincuente cae a plomo sobre la gente de a pie. Si son pobres, por vagos y maleantes. Y si han logrado ahorrar cien mil euros, por ser ricos sin serlo en realidad. Los potentados de verdad, entre tanto, hacen lo que les place. Son los putos amos... y dictan la ley. Mientras se les deje, claro. 

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