Ya saben mi teoría: los horarios no determinan los modelos
comerciales, sino el urbanismo... y la especialización y calidad de la
oferta, por supuesto. Si no hay barrios de tipo mediterráneo, compactos y
plurifuncionales, no hay comercio de proximidad. Los enormes barrios
dormitorio se correlacionan con las grandes superficies o los
megacentros, capaces de seducir a un vecindario acostumbrado a manejarse
en coche y que no tiene en su entorno más inmediato espacios donde
convivir ni lugares en los que divertirse ni yiendas en las que comprar.
Si ustedes viven en un barrio tradicional tendrán el privilegio de
conocer por su nombre de pila a la frutera, al pescatero o al carnicero.
Encontrarán, en un radio de menos de doscientos metros, un taller donde
reparar el televisor o cambiar la batería del coche. Salvarán en quince
pasos la distancia al quiosco o a la panadería. En dos minutos estarán
echando el vermut o un gin tonic por la noche mientras escuchan R&R
en directo o echan una partida al billar. Harán todo eso andando,
tranquilamente, sin perder tiempo ni gastar en gasolina. Y seguro que a
la vuelta de la esquina todavía disponen de una peluquería, una
zapatería, un establecimiento especializado en enmarcar cuadros o una
costurera que les estrechará los pantalones vaqueros. Lo sé porque estoy
en ese caso, lo cual es formidable (y disculpen ustedes el farol).
Naturalmente, el nuevo extrarradio de Zaragoza, desde Parque Goya hasta
el recién inaugurado (e increíble) Arcosur, ha sido concebido con otros
criterios. Allí las cosas son distintas (no quiero decir si mejores o
peores) y la alternativa para el ocio y las compras es bajar al Centro,
ir a un barrio tradicional o coger a la familia y pasar la tarde en
Grancasa, Augusta, Plaza Imperial o la maravilla que, dicen, acabará con
todos ellos: Puerto Venecia.
El comercio minorista tradicional
(con sus festivos y sus horarios habituales) sobrevivirá si sobrevive la
ciudad mediterránea. Sus aliados son la convivencia vecinal, las
aceras, la peatonalización, el transporte público, internet, ¡el
tranvía! Y, si no, ya saben: a dar vueltas por el Tercer Cinturón.
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