domingo, 24 de febrero de 2013

Mitos intocables del Aragón eterno 20130224

Ha provocado algún revuelo un artículo mío publicado bajo el epígrafe El Independiente, en el que comentaba lo que no deja de ser obvio: el enrocamiento rural del PAR y su utilización para tal estrategia de instituciones ad hoc (consejos comarcales) y empresas públicas (Sarga y otras), amén de una reedición sistemática de los mitos más desfasados. Admito que esa querencia transciende al partido de Biel y toca a las demás fuerzas políticas porque Aragón sigue fundamentando su personalidad como pueblo en un imaginario muy ceñido a los estereotipos. Los relatos históricos (a menudo mal interpretados), el control del agua (pantanos, regadíos sin fin, diques, motas...), los proyectos redentores (cuanto más alucinantes, mejor), la sacralización del labrador (nuestro arquetipo, nuestro antepasado) y el sistemático recelo ante cualquier novedad de características no lineales configuran y definen nuestra naturaleza. Y es verdad que tal naturaleza no solo reside en las comarcas y pueblos sino que se infiltra de forma notable en el pensamiento urbano.

No se trata de abrir un debate entre la ciudad y el campo. Lo de Zaragoza contra Aragón (o viceversa) hace tiempo que no cuadra. Es otro mito que viene del pasado y, como los demás, se basa más en factores emocionales que en datos objetivos.

Si la capital aragonesa arrastra fracasos notorios en su planificación, así como una baja rentabilidad en buena parte de sus más sonadas inversiones, el territorio afronta sus propios problemas. Hablando en términos generales, ni el Pirineo ha logrado diversificar su oferta, ni Teruel rompe su declive existencial, ni nuestro valle del Ebro ha generado una dinámica (en el sector agroindustrial) similar a la que existe en Rioja, Navarra o Cataluña. Aragón tiene ya cientos de miles de hectáreas en regadío. En ellas se han metido ingentes cantidades de dinero para, por ejemplo, producir por hectárea lo mismo que en cualquier país centroeuropeo, con la diferencia de que allí nadie ha gastado un céntimo en embalses, canales, sistemas informáticos y aspersores. Nos hemos convertido en uno los mayores productores de maíz transgénico sin alcanzar un mínimo de competitividad. Gran parte de nuestro sector primario es adicto a la PAC.

Aragón no ha tomado posiciones relevantes en el expansivo sector de la agricultura ecológica y tiene muchas dificultades para asimilar las innovaciones y las técnicas que definen la economía rural en otros países europeos (control de la comercialización y la transformación, valor añadido). Y lo malo es que el aparato político-institucional, en vez de empujar hacia adelante, se ciñe a la mitología más conservadora.

Ya me perdonarán, pero esa es la cuestión. 

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