Hasta hace poco tiempo, un trabajador cualificado español podía
imaginar que, a su jubilación, disfrutaría tranquilamente de sus
aficiones, de los viajes del Imserso, de una atención sanitaria de
primerísima con medicinas gratis, de un entorno familiar acomodado y
tranquilo... y de una pensión digna. Ahora todo esto parece mucho,
muchísimo (y seguro que algún cretino está pensando ya que. claro, tanto
lujo no puede ser), pero era la consecuencia lógica de cuarenta o
cincuenta años de curro, de aprendizaje constante, de entrega... Esa
perspectiva, por supuesto, se ha ido al garete. Y en estos momentos
cualquier cincuentón o sesentón tiembla al pensar en su inmediato
porvenir. Las ventajas se difuminan o desaparecen, los copagos se
extienden, las familias se empobrecen, las pensiones... Bueno, según
quienes gobiernan, las pensiones están garantizadas, o no. Pero ¿cómo
fiarse de estos tipos, cuya capacidad para desdecirse ha superado todos
los récords?
Las damas y caballeros que cortan el bacalao son
gente muy fina, muy sensible y muy cristiana. También tienen un morro
que se lo pisan. La reciente pirueta de la ministra Mato, tan
suavecita ella, viniendo a Zaragoza a glosar la vejez activa tras anular
la financiación de los dispositivos de teleasistencia, impresiona. Hay
que tener mucho cuajo para hacer algo así.
Vamos hacia un
porvenir muy distinto del que nos describían al iniciarse el milenio.
Hay voceros del poder que no se recatan al advertir de que aquí no caben
virguerías ni es posible garantizar bienestar alguno a la ciudadanía.
Sálvese quien pueda.
Los ancianos españoles se están activando.
Eso sí es verdad. Tienen que pagar un porcentaje creciente de sus
medicamentos, pierden prestaciones, ven en globo el tema de la
dependencia (aquí sólo se califica como dependiente a quien está
absolutamente machacado o con un pie en la tumba), deben mantener a
hijos o nietos en paro, no saben qué les deparará el porvenir. Adiós al
plácido retiro, a las primaveras en la playa, a las estancias
subvencionadas en balnearios, a la seguridad. Éste no es país para
viejos.
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