Vistos al detalle, los resultados de las elecciones catalanas casi
parecen normales. Sobre todo si nos fijamos en el porcentaje sobre voto
emitido. Ese dato indica claramente que no estamos ante un cambio
radical y dramático en la correlación de fuerzas, aunque la
gobernabilidad del país va a ser aún más difícil. Hay más fragmentación,
apenas una pizquieta más de soberanismo, menor presencia de las
izquierdas, un constante declinar de los partidos de vocación
oficialista (sobre todo el PSC-PSOE) y una especie de desesperación
latente por parte de una ciudadanía que si se volcó en las urnas fue
para impedir (cada cual desde su perspectiva) males mayores.
Como
suele ocurrir, las autofelicitaciones van que vuelan. Esquerra
Republicana está tres puntos porcentuales por debajo de su mejor
registro, pero cree haber logrado un gran triunfo. El PP solo ha subido
60 décimas, pero se ve a sí mismo como el verdugo de Mas. Iniciativa repunta muy despacito y va a ser irrelevante, pero Joan Herrera
levita. A los de Ciutadans nadie puede negarles la petada, pero eran
tan poquita cosa que triplicar su presencia en el Parlament no va a
cambiar absolutamente nada. En todo caso, quienes no pueden disimular el
trompazo ni disfrazar a base de entereza el ridículo que han hecho son
los de CiU. Y ahí aparece la gran incógnita: ¿cómo pudo caer Mas en tan
enorme error de cálculo?
A CiU, a sus terminales sociales y a sus voceros mediáticos cabía presumirles mayor acierto prospectivo. La cagaron con la operación Roca,
pero se les pudo perdonar porque ahí jugaban fuera de casa. Ahora bien,
esto de ahora es una pasada. ¿No disponían de instrumentos demoscópicos
para interpretar y predecir el futuro? ¿No habían estudiado el estado
de ánimo de la población? ¿Se les fue la olla tras la multitudinaria
Diada? ¿Se dejaron arrastrar (como suele ocurrirles a los políticos con
mando) por sus corifeos, lameculos y siseñores habituales?
O tal
vez resulte que don Artur Mas es un vendedor de humo tan superficial,
ineficiente y voceras como parece. Y encima los demás llegamos a
tomárnoslo en serio. Qué pifia.
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