martes, 27 de noviembre de 2012

No saber por dónde te da el aire 20121127

Vistos al detalle, los resultados de las elecciones catalanas casi parecen normales. Sobre todo si nos fijamos en el porcentaje sobre voto emitido. Ese dato indica claramente que no estamos ante un cambio radical y dramático en la correlación de fuerzas, aunque la gobernabilidad del país va a ser aún más difícil. Hay más fragmentación, apenas una pizquieta más de soberanismo, menor presencia de las izquierdas, un constante declinar de los partidos de vocación oficialista (sobre todo el PSC-PSOE) y una especie de desesperación latente por parte de una ciudadanía que si se volcó en las urnas fue para impedir (cada cual desde su perspectiva) males mayores.

Como suele ocurrir, las autofelicitaciones van que vuelan. Esquerra Republicana está tres puntos porcentuales por debajo de su mejor registro, pero cree haber logrado un gran triunfo. El PP solo ha subido 60 décimas, pero se ve a sí mismo como el verdugo de Mas. Iniciativa repunta muy despacito y va a ser irrelevante, pero Joan Herrera levita. A los de Ciutadans nadie puede negarles la petada, pero eran tan poquita cosa que triplicar su presencia en el Parlament no va a cambiar absolutamente nada. En todo caso, quienes no pueden disimular el trompazo ni disfrazar a base de entereza el ridículo que han hecho son los de CiU. Y ahí aparece la gran incógnita: ¿cómo pudo caer Mas en tan enorme error de cálculo?

A CiU, a sus terminales sociales y a sus voceros mediáticos cabía presumirles mayor acierto prospectivo. La cagaron con la operación Roca, pero se les pudo perdonar porque ahí jugaban fuera de casa. Ahora bien, esto de ahora es una pasada. ¿No disponían de instrumentos demoscópicos para interpretar y predecir el futuro? ¿No habían estudiado el estado de ánimo de la población? ¿Se les fue la olla tras la multitudinaria Diada? ¿Se dejaron arrastrar (como suele ocurrirles a los políticos con mando) por sus corifeos, lameculos y siseñores habituales?

O tal vez resulte que don Artur Mas es un vendedor de humo tan superficial, ineficiente y voceras como parece. Y encima los demás llegamos a tomárnoslo en serio. Qué pifia. 

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