En EL PERIÓDICO de anteayer se publicó la carta de un ciudadano que
no estaba nada de acuerdo con mis juicios críticos sobre los resultados
de la Expo. Y no es el único, pues cada vez que Jordi Évole reemite el Salvados
en el que salgo con él recorriendo Ranillas, siempre hay ciudadanos de
pro que me ponen a parir por cenizo, malasombra, antiaragonés, trapalero
y por no tener ni puta idea. Asumo tal visión de las cosas. Solo me
extraña que a finales del 2012, con todo lo que hemos visto y lo que nos
queda por ver, siga habiendo personas aparentemente juiciosas
insistiendo en que las grandes transformaciones urbanas solo cuelan envolviéndolas en un gran evento e impulsadas por él.
¿Todavía estamos así? ¿Aún pensamos que el arreglo de las riberas, la
nueva terminal del aeropuerto cesaraugustano, la Z-30, la Z-40, el
puente del Milenio, la ampliación de la ronda Norte o el AVE no hubieran
sido posibles sin una Expo Universal con su Pabellón Puente, su Torre
del Agua, su azud, su telecabina y su canesú? ¿Continuaremos haciendo
cuentas aparte, entre sonrisas cómplices, con la pasta que puso Madrid como si hubiera sido un extra ajeno a los impuestos que pagamos? ¡Virgen del Amor Hermoso, qué tragos y qué delirios!
Bueno. Les juro que fui, soy y seré contrario a este camelo de las
expos, las olimpiadas, los forums (lo pluralizo en castellano para que
se entienda mejor) y demás ferias de las vanidades. Eso es política de
escaparate, estúpido alarde. Pensar que para dotar a Zaragoza de
infraestructuras y equipamientos básicos era imprescindible quemar 700
millones adicionales en el recinto de Ranillas es simplemente demencial.
Hombre... si al menos se hubiera hecho bien. pero no fue así. A la
vista está.
La comparación entre Belloch (un alcalde activo pero disperso y sin estrategia) y Rudi
(que se lució como alcaldesa pasiva e inoperante) nos coloca ante un
dilema imposible. La alternativa a ambos hubiera sido un gestor
eficiente y creativo, capaz de gastar con cordura, medir sus acciones y
perseguir objetivos coherentes. Eso era (y es) lo que necesita Zaragoza.
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