El Gobierno de Rajoy ha hecho los deberes: promulga una
moratoria a las hipotecas de la que solo se beneficiarán los pobres más
pobres y los desgraciados más desgraciados, quienes sin embargo deberán
espabilarse y encontrar pronto curro o acertar una primitiva, porque el
paréntesis solo les va a durar dos años. Luego...
Los
posibilistas dicen que algo es algo. La AEB, patronal bancaria, ha hecho
constar que esto les va a costar una pasta a sus asociados. El ministro
de Industria ha precisado que no es posible poner las hipotecas patas
arriba ni asumir la dación en pago ni barbaridades semejantes porque,
claro, un contrato es un contrato, y al que se metió a comprar un piso
por aquellas barbaridades que pedían entonces las inmobiliarias más le
hubiera valido habérselo pensado dos veces.
A estas alturas, la
colusión (que no colisión) entre el Ejecutivo y el capital financiero es
tan evidente que ponerla de manifiesto no tiene mérito. El extremo
cuidado con que el Consejo de Ministros ha intentado apañar el tema
hipotecario sin poner en cuestión los intereses de los prestamistas
llena de pasmo a quien pudiera haber pensado por un segundo que la
política está para resolver los problemas de la gente no para asegurar
los beneficios de especuladores y usureros. En cuanto a los quejíos de
la patronal bancaria, no sé si son uno de esos fallos de comunicación
que tanto prodigan hoy los distintos poderes o un sincero lamento de
quienes se han creído sus propias invenciones sobre la naturaleza
bondadosa y equilibradora de los sacrosantos mercados.
Mientras esperamos que el ajuste incursione ya sin miramientos en el territorio tabú de las pensiones, Rajoy, Guindos y compañía deberían arrullar más y mejor a ese ente abstracto pero omnipresente que solemos llamar los inversores.
Es más, habrían de tomar medidas contra los embargados que se quitan la
vida. Que caiga sobre ellos el peso de la Ley pues no solo perturban la
conciencia de las personas sensibles sino que rompen de malas maneras
ese contrato que el señor ministro ponía ayer por encima de todo.
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