En la pasada legislatura, la última en que Marcelino Iglesias
presidió el Gobierno de Aragón, la Aljafería fue hasta el último momento
una balsa de aceite (con tormentas de mentirijillas). Los diputados del
PP, principal partido de oposición, sesteaban plácidamente en sus
escaños, almorzaban de gorra en su restaurante y cuando llegaba
el debate sobre el estado de la Comunidad aplaudían disciplinadamente a
su portavoz (que salía al estrado con cuatro datos mal hilvanados y el
argumentario nacional del partido en una chuleta). Y hoy... pasa lo
mismo. El PSOE ha sido empujado a la acera de enfrente y son sus
diputados quienes se amodorran en el hemiciclo de La Aljafería. Con la
particularidad de que la derecha ha trasladado al Ejecutivo la
invencible pereza que le caracterizó anteriormente (el PAR está a lo que
está siempre: pillar lo suyo en el sagrado nombre de Aragón). Hay
excepciones, desde luego. Algún portavoz y algún consejero se curra la
página. La mayoría dejan pasar los días sin que se sepa muy bien cuál es
su papel. Votan lo que les mandan, hablan de ciento a viento (o nunca),
bostezan y se aburren, pobrecicos míos.
Esto no sólo pasa en el
ámbito autonómico. En el Ayuntamiento de Zaragoza ocurre lo mismo, con
la particularidad de que la galvana se ha contagiado a IU y CHA, sumidos
en la rutina e incapaces, por ejemplo, de anticiparse y jugar algún
papel en asuntos tan relevantes y extraños como el actual conflicto de
los buses urbanos.
¿Son vagos? Sí y no. En realidad, buena parte
de quienes nos representan en las grandes instituciones están ahí no
por sus virtudes sino porque formaban parte de alguna cuota, familia
o grupo territorial de su partido. Hace tiempo que cualquier amago
meritocrático quedó superado por el cinismo conspirativo (ridículo a
veces) que rige la vida interna de las organizaciones políticas. Pero es
que, además, el discurrir de los plenos (municipales, provinciales o
parlamentarios) y de la actividad cotidiana tiende a la la desidia y el
abandono. Se hace lo que hacían los otros. Está todo inventado.
Saber como hemos sabido que el actual Gobierno aragonés ha igualado
prácticamente el número de puestos administrativos de libre designación
acumulados por el anterior resulta de lo más elocuente. La persistencia
de los lugares comunes que configuran los argumentarios institucionales,
también. Nadie quiere tomar iniciativas, inventar nuevas propuestas ni
trabajar para iluminar el futuro de la Tierra Noble con algo más que no
sea el sota, caballo y rey que nos repiten desde hace decenios. Pero
tampoco la sociedad exige que se cambie el repertorio. Entonces... ¿para
qué habríamos de precisar diputados o concejales activos?
Somos perezosos y los jefes, los primeros. Como debe ser.
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