En el ránking mundial de las excusas inverosímiles, la que ha puesto el consejero Oliván
para detener la construcción del nuevo hospital de Teruel debería
alcanzar puestos de cabeza. Y que un Gobierno habitualmente sordo a
cualquier indicación sobre riesgos sísmicos o medioambientales haya
pisado el freno tan bruscamente por la remotísima posibilidad de que se
produzca en la citada capital un terremoto de alta intensidad pasará a
los anales del deshueve. El afán recortador de los responsables
de la sanidad y la educación públicas aragonesas está alcanzando niveles
de auténtica histeria. Es como si les pagasen por suspender y retrasar
las inversiones, por dejar que todo se vaya deteriorando, por minar lo
mejor de la herencia que han recibido. Pero esto de Teruel... Increíble.
Los cachondos se preguntan si la falla que supuestamente atraviesa la capital bajoaragonesa llegará hasta Caudé, donde El Avión,
solitario y aburrido, ve pasar los días, las semanas y los meses; o
hasta Motorland, donde rugen las motos y quedan sepultados los millones
que gracias a las fuerzas telúricas nos vamos ahorrando en
hospitales (también en el de Alcañiz, ojo). Escarbar en los informes
técnicos (que a priori no parecían objetar la construcción del hospital
turolense) para detectar la posibilidad de un megaterremoto en lugares
que llevan estables miles y miles de años es un gambito casi genial en
su surrealismo. Aunque parar unas obras la víspera de que comenzaran y recortar sobre la marcha 48 kilates representa un magnífico trofeo para cualquier destroyer que se precie.
El actual Gobierno de Aragón habrá de plantearse muy en serio si está
aquí para mejorar la situación y resolver los problemas, o para todo lo
contrario. En dos años largos, la DGA ha recortado el gasto sin
contemplaciones y sin embargo su deuda ha crecido a un ritmo no menos
impresionante. ¿Por dónde se va el dinero? La incapacidad del Ejecutivo
que preside Rudi para priorizar las inversiones y mejorar la
eficiencia de su administración (cosa que no era nada díficil) ha
desembocado en una gestión premiosa, lenta y como por demás. La promesa
de hacer más con menos se quedó en nada hace tiempo. La presunta
intención de reformar el sector público aragonés para hacerlo más útil,
ágil y creativo no ha avanzado en absoluto. No se ahorra con talento. No
se fijan objetivos razonables.
Por supuesto, el rigurosísimo
criterio que ha permitido parar el hospital de Teruel no se aplicará en
las urbanizaciones sobre dolinas, la ocupación del dominio público
fluvial, los daños mediambientales causados por los embalses, los
riesgos evidentes en el estribo de la nueva presa de Yesa y tantos otros
casos. Salvo que sea necesario seguir ahorrando, por supuesto.
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