La inmensa mayoría de los españoles, según las encuestas, ansían que
Madrid sea la sede de los Juegos Olímpicos del 2020. Decenas, cientos de
personalidades aseveran que ese evento (¡oh, qué palabra tan
evocadora!) nos sacaría definitivamente del ciclo negativo, barrería el
pesimismo e impulsaría la economía hacia una nueva era de abundancia.
Así que la capital de España (endeudada hasta las cejas de Gallardón y la permanén de Botella) fía el futuro al show business.
Y otras ciudades (como Zaragoza sin ir más lejos), que también deben lo
que no tienen, fantasean con la parte que podrá tocarles del festival
olímpico.
La experiencia me ha hecho ser muy escéptico con el eventismo
concebido como una forma de sublimar la política de escaparate y
programar presuntos desarrollos económicos, sociales y culturales en
relación con acontecimientos de gran repercusión global. Este tipo de
propuestas suelen crear, es cierto, una fase de actividad relacionada
casi siempre con la construcción y los servicios. Pero suponen asimismo
fortísimos gastos a cargo del erario público, y cuando se acaban los
días de gloria y ovaciones la realidad se impone con toda su crudeza. En
España hemos visto cómo las olimpiadas y las expos le abrían paso a la
crisis en el 92 y el 08. Grecia hizo unos Juegos (con una presentación
preciosa) y aún no los ha pagado. No es oro todo lo que reluce.
Los grandes eventos tienen ganadores fijos (casi siempre privados) y
paganos habituales (casi siempre públicos). Es su naturaleza. Como lo es
su fácil utilización para generar autoestima social de ésa de usar y
tirar (¿qué nos queda de la euforia zaragozana del 2008?). Pero de su
capacidad para generar ciclos de abundancia, olvidémonos. Si tienen
tiempo y curiosidad entren en la sección de noticias de la página web
del Instituto Nacional de Estadística. Repasen la sucesión de titulares.
En su mayoría recogen datos que ilustran sobre la caída de la actividad
industrial, de los negocios en general, de la compra-venta de
viviendas... Si eso ha de arreglarse con unas Olimpiadas (y las
contrarreformas que impone el Gobierno), vamos dados.
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