Celebraré que el Rey se recupere de su última operación y viva los
años que le quedan de la mejor manera posible. Pero eso, en gran medida,
depende de él y de su entorno. Juan Carlos I es un señor mayor,
prematuramente envejecido y lleno de achaques como consecuencia de su
inquietante tendencia a tropezar con escalones, esquiadores, puertas
acristaladas, botavaras de barco, colmillos de elefante y cualquier cosa
que se le ha cruzado en su largo camino. La pretensión de que agote su
mandato hasta el mismo momento en que la Parca llegue a visitarle no es
sino una proyección sobre su figura de la ansiedad que suele rodear la
muerte de los políticos imprescindibles, los caudillos por la
gracia de Dios y otros personajes que encarnan en sí mismos el poder y
cuya desaparición abre la puerta a cambios imprevisibles. Solo que este
monarca no tiene o no debería tener semejante perfil. A la postre su
función institucional es, en el fondo, irrelevante y tiene un hijo
mayorzote dispuesto a relevarle en cualquier momento. Podría mirarse en
el espejo de otros colegas suyos europeos que han dejado paso a sus
retoños sin tanto dramatismo ni tanta parafernalia.
La monarquía
española empieza a estar descolocada y a resultar patética. Lo primero
sucede porque la institución no ha logrado sumergirse en la impunidad
que probablemente soñó el propio Juan Carlos. El estallido del caso Urdangarín
y su evolución han abierto una brecha que no cerrarán ni las maniobras
de la Fiscalía para evitar la extensión del incendio ni los oscuros
tejemanejes de los servicios de inteligencia. Pase lo que pase en el
Juzgado, el daño ya está hecho.
A partir de ahí, el tratamiento tipo Nodo
que se le ha dado en los medios oficiales y oficiosos a la salud del
Rey y a su operación sólo da grima. Resulta penosa esa campechanía del
aquí no pasa nada, ese empeño en fingir normalidad donde es obvio que no
la hay. Espero que, al menos, a este estropeado anciano no le monten de
aquí a poco un equipo médico habitual (como aquel otro) dispuesto a
prolongar su vida y su reinado a costa de terribles sufrimientos. Lo
digo por su bien.
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