miércoles, 11 de septiembre de 2013

La emocionante ruina de las naciones 20130911

Aragón ha reclamado formalmente a Cataluña la devolución de las pinturas de Sijena. En medio del estruendo que causan hoy en España las emociones nacionalistas, esta requisitoria nuestra acabará en el cajón de los contenciosos tierranoblenses, con los bienes de la Franja, la Travesía Central Pirenaica, el lapao y el AVE Teruel-Madrid. Qué temario tan tontorrón, ¿verdad? Pero así de modestos somos, así de localistas. No molestamos a nadie (ni siquiera podríamos hacerlo), no reivindicamos nada que se salga del tiesto... y en consecuencia no formamos parte del concierto de las (arruinadas) naciones ibéricas, cuyos gobernantes tapan sus vergüenzas y sinvergonzonerías con la salsa emocional del patrioterismo.

España es un lugar que ha permanecido ajeno a la modernidad; es decir, a las grandes revoluciones de los siglos XIX y XX. Cuando digo revoluciones no sólo me refiero a las políticas, que por supuesto, sino a las de naturaleza social y cultural. Durante dos siglos, apenas dispusimos de cortos paréntesis durante los cuales pareció gestarse un cambio esencial frustrado una y otra vez. Por eso arrastramos problemas viejísimos: el escaso respeto por la cosa pública, el desprecio por el conocimiento y la ciencia, el desconocimiento de las claves democráticas, una derecha dura y repleta de soberbia, una izquierda tan dividida como chapucera... y esa tensión, a veces trágica a veces ridícula, entre nacionalistas centrífugos y centrípetos, que son tal para cual.

El nacionalismo catalán juega a lo que juega porque CiU está de mierda hasta arriba y porque Esquerra es incapaz de proponer una alternativa... d'esquerres. Así que tiran de factor emocional y lo asientan sobre agravios ficticios o reales. Pero esto sucede a su vez porque el terrible nacionalismo españolero ha impedido desde siempre que se zanjara la pugna con los periféricos separatistas de la única forma aceptable y democrática: con consultas estrictamente reguladas que resolvieran de una vez este lío eterno. Oigan, como hizo Canadá ante la cuestión de Quebec. O como hará Gran Bretaña en Escocia. Y vale ya. 

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