Varias personas me han hecho llegar sus argumentos a favor de una
intervención militar en Siria. ¿Acaso --dicen--- podemos permanecer
indiferentes mientras un dictador criminal masacra a su propio pueblo
con armas químicas? Y yo les he contestado que no, que eso es
intolerable (por cierto, sean las armas asesinas químicas,
convencionales o de cualquier otra naturaleza). Pero ese no es el
problema. Aquí la cuestión radica en que esa cosa que denominamos
Occidente no sabe cómo intervenir para detener los genocidios. Ni los
gobiernos ni sus organismos técnicos (estados mayores y servicios de
inteligencia) poseen protocolos e instrumentos para evitar que las
actuaciones militares humanitarias acaben en desastres aún peores que aquellos que se pretendía evitar.
Se interviene muy tarde y muy mal. Se ha fracasado sucesivamente en
Somalia, en Ruanda, en Irak, en Afganistán, en Libia... El análisis
retrospectivo de estos casos arroja un balance desolador. ¿Ha dejado
Somalia de ser lo que era antes de la batalla de Mogadiscio? ¿Han
adquirido algún derecho las mujeres y las niñas afganas? ¿Han acabado
las guerras en África central? Dejo a un lado acciones tan demenciales
como la invasión de Irak, justificada mediante las más miserables
mentiras y convertida en un fabuloso y sucio negocio para los
contratistas privados estadounidenses.
Realizar bombardeos selectivos en Siria no tiene sentido porque así no se acabará con Asad. Intervenir por tierra no es una opción (¡si estamos yéndonos de Afganistán con el rabo entre las piernas!). Ayudar a los yihadistas que combaten en aquel país es una evidente barbaridad... Por supuesto nadie cree que Obama y Hollande (¡madre mía!) dispongan de mejores ideas que las de Bush y Blair
en el pasado. Peor todavía: están intentando aproximarse a la
intervención con argumentos (informes de inteligencia poco fiables,
medias verdades, mentiras flagrantes) muy parecidos a los utilizados
para invadir Irak.
Más les valdría tomar medidas para ayudar a
los refugiados que carecen de comida y medicinas. Y aún hay imbéciles
que critican a las ONG.
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