Cuando Juan Alberto Belloch se bañaba en los dorados estanques del eventismo y Jerónimo Blasco
daba los últimos toques a la Expo, algunos les advertimos de que al
final la clave no estaría tanto en rematar con éxito los grandes
proyectos municipales, sino en integrarlos positivamente en una ciudad
ordenada, planificada y que funcionara bien en el día a día. Pero
entonces los jefes municipales no estaban para recibir consejos ni
indicaciones. Flotaban sobre el suelo de la Inmortal, convencidos de que
el futuro de la urbe pasaba por los grandes certámenes, las expansiones
sin fin y la conversión en dinero del suelo recalificado. Lo que sucede
es que la realidad real siempre acaba imponiéndose a la realidad
percibida. Y ahora estamos en el momento de toparnos con las cosas como
son. Zaragoza, digan lo que digan sus gestores, sigue arrastrando un
desorden que genera constantes conflictos, y las mejoras de los últimos
lustros (que las ha habido e importantes) flotan mal que bien sobre la
ineficiencia cotidiana. Verbi gratia: los autobuses.
La movilidad
es un factor clave no sólo porque la Muy Heroica ha crecido de forma
compulsiva y anómala al compás de los intereses inmobiliarios y hoy
tenemos barrios exageradamente excéntricos, sino porque hace ya mucho
tiempo llegó la hora de pacificar el tráfico y limitar drásticamente la
presencia en las calles del coche privado. De ahí vienen los
innumerables problemas que surgen con las peatonalizaciones, la
integración del tranvía, las bicicletas... y los autobuses. Bueno, en lo
que se refiere a estos últimos, hay que tener en cuenta también el
bisneo de que ha sido objeto la empresa contratista, TUZSA-AUZ, sin que
el Ayuntamiento interviniese hasta que el tema ha estallado.
La
capital aragonesa no tiene un verdadero plan de movilidad actualizado.
Los autobuses debieran haber sido objeto de una reprogramación a fondo
contando con el asesoramiento de auténticos especialistas en redes y
elaborando un trabajo de campo (¿acaso no tenemos hoy cualificados
funcionarios municipales infraocupados?) para detectar los problemas y
mejorar la calidad del servicio, que buena falta le hacía. No se hizo
así, y bien que se nota. No sólo se han desarticulado las líneas en el
eje del tranvía sino en el conjunto de la ciudad. Barrios absolutamente
ajenos a dicho eje (desde La Paz a Santa Isabel) han visto crecer su
aislamiento sin motivo aparente. Además se mantiene la subvención por
kilómetro, que es un mecanismo viciado.
Zaragoza, en fin,
necesita ponerse al día de acuerdo con las necesidades e intereses de
sus vecinos, no de los grandes promotores-constructores ni de las
macroempresas de distribución ni de los contratistas de servicios
públicos. Así de simple.
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