Como en el Ayuntamiento de Zaragoza bastante tienen con lo que
tienen, la ocurrencia de destinar quince millones a remendar La Romareda
(machada postveraniega de Roberto Fernández) ha sido aparcada
rápidamente en la cuneta. Sin embargo, es cierto que el campo de fútbol
de la Muy Heroica ciudad está hecho una caca, y un día de éstos incluso
se dirá que es inseguro o se le declarará inadecuado. Claro que para
entonces a lo peor ya no necesitamos estadio porque no queda equipo que
lo use, o éste ha decaído de tal forma que le vale con cualquier
superficie reglamentaria. Bien mirado, incluso ahora mismo quedarían
mejor y más recogidos los partidos del Real Zaragoza en una instalación
familiar y compacta donde los ocho mil espectadores pudieran darse calor
y consolarse mutuamente sin verse desparramados por un hostil graderío
semidesierto.
La demencial historia del campo de fútbol (nuevo,
cinco estrellas, reconstruido o superferolítico) es sin duda un nuevo y
extraordinario caso de ese síndrome aragonés que consiste en coger un
asunto, convertirlo en un problema, cronificarlo como tal y marearlo por
los siglos de los siglos de manera que se quede ahí, colgado, pendiente
de una solución que jamás llegará. A La Romareda le ha pasado eso tras
ser utilizada como posible factor de sucesivos pelotazos inmobiliarios y
después de que el único plan honesto y factible desde un punto de vista
financiero (su rehabilitación in situ) fuese alegremente dinamitado.
Por otro lado, mientras el ayuntamiento de la Inmortal, encargaba
proyectos, firmaba convenios y se gastaba la pasta sin mover un
ladrillo, el Real Zaragoza se descoyuntaba empresarial y deportivamente.
Con lo cual eso de ponerle campo de lujo a costa del contribuyente
parecía un chiste malo.
Hasta aquí hemos llegado. Por supuesto,
en la actualidad está fuera de toda lógica eso de gastarse millones en
la bendita y arruinada Romareda. Doy mi enhorabuena a quienes llevaron
el tema a un callejón sin salida. Comparado con ellos, el concejal
Fernández es un santo y un lumbreras. Para que conste.
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