Cuando quebró Lehman Brothers, un escalofrío recorrió el mundo globalizado. Justo entonces, Sarkozy
anunció que había llegado la hora de refundar el capitalismo. ¡Hasta él
lo reconoce!, pensaron los ingenuos mientras desempolvaban a Karl Marx...
Cinco años después, el aviso del entonces presidente francés se ha
convertido en un hecho: el capitalismo se ha refundado (mientras la
socialdemocracia da tumbos por un laberinto sin salida), se ha hecho más
depredador, más alienante, más inmisericorde y más evolutivo. Sus
estrategias destinadas a destruir el modelo europeo de Estado del
Bienestar no solo actúan como una práxis incontenible, sino que dominan
el pensamiento y triunfan en una apoteosis de pánico, desconcierto y
fragmentación social. Vean España y su terrible deriva. ¿Acaso no
tenemos de ministro de Economía a un exejecutivo en Europa de... Lehman
Brothers?
Este capitalismo posindustrial de última generación tiene sus características operativas
particulares (hegemonía del sector financiero, manipulación de los
mercados, entronización de las élites gestoras o la sacralización de la
programación y el diseño como factores esenciales de la producción),
pero sobre todo ha consolidado una voracidad y una audacia inéditas
antes del inicio de la revolución neocón en los 80. Sus capitanes saben
perfectamente que la democracia social conquistada por las masas en la
Edad Contemporánea no se sostiene, porque quienes la disfrutan hoy no
tienen temple para defenderla y ampliarla. En la actual crisis, quienes
manejan el sistema están comprobando que las amplias clases medias
(fracturadas en un miriada de subsectores y subgrupos) no tienen media
hostia, que sus tradicionales instrumentos políticos (partidos,
sindicatos, medios de comunicación) están acabados y que sería absurdo
seguir compartiendo con ellas el dinero que paga salarios dignos,
derechos laborales, educación, sanidad y servicios sociales, ayudas de
todo tipo... y pensiones. Eso lo quieren solo para ellos. Lo quieren
todo y lo quieren ya.
(Continuará).
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