A las gentes de orden les fastidia cuando hablo de lo que está pasando en la Comunidad de Valencia. Lo comprendo. Pero es allí, en el Levante, donde en estos momentos se están fijando los límites últimos de la ética política. Y es allí donde además se comprueba que dichos límites no sólo afectan a los cargos públicos sino que actúan también en el conjunto de la ciudadanía. El revelador (y hasta ahora exitoso) trajín argumental que se llevan quienes justifican los trajes a la medida y los consideran un regalito sin importancia sólo puede encajar en una sociedad trabajada previamente por la economía sumergida, el clientelismo, la chapuza económica y el todo vale con tal de pillarla. Así de claro.
Asusta que Valencia dicte la pauta. Porque en Aragón y otros lugares hay jefes y súbditos que no le hacen ascos al ejemplo levantino. Creen que allí se está cociendo el nuevo Sistema postindustrial y postmoderno fundamentado en la destrucción de los recursos naturales, el hormigón y el ladrillo, los grandes fastos pagados con dinero público, la privatización de los servicios, el control informativo y un optimismo estructural capaz de confundir con oro puro lo que sólo está pintado de purpurina. Les parece maravilloso.
Hay que tener mucha jeta para equiparar el simple detalle (sean unas botellas de vino, un jamón o una lata de anchoas) con el regalo personalizado. Hay que relajar sobremanera la ética y la estética para afirmar que no tiene importancia el que te paguen (presuntamente) la ropa quienes luego contratan con la entidad o la institución que representas. "Todos lo hacen", afirma muy oronda doña Rita. Debería decir todos... los sinvergüenzas.
Cuando era alcalde de Zaragoza Antonio González Triviño le regalaron para Navidad varios relojes, entre ellos un Patek Philippe que debía costar entonces un millón de pelas. Se lo quedó, claro. O sea, que en vez de devolver el tremendo obsequio devolvió el favor. Me imagino cómo. Pero entonces aquello estaba muy mal visto. Si lo de Valencia no se aclara como es debido habremos pasado al siguiente nivel: y no pasa nada, oye. ¿Cual será el límite a partir de ese momento?
J. L. Trasobares/El Periódico de Aragón/sábado 11.07.2009
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