Como la crisis pega donde pega, ahora resulta que no hay manera de vender los aparcamiento subterráneos en los barrios tradicionales de la capital aragonesa ni las viviendas protegidas en las nuevas ciudades-dormitorio de su periferia. Ambos bienes han sido reclamados durante lustros: un piso en propiedad, una plaza de garaje... He aquí el desideratum de miles de familias de clase media o media-baja. Pero cuando ya están ahí, al alcance de la mano, el personal se echa para atrás porque no tiene pasta, no le presta el banco, no termina de ver claro eso de ponerlas antes de que empiecen a construir o simplemente ha descubierto (mientras su bolita rodaba en los sorteos del Toc-toc) que irse a vivir al muy remoto Sur pagando veintitantos millones de pesetas por un pisito de setenta metros cuadrados no es plan. El Ayuntamiento de la Inmortal Ciudad viene trabajando a fecha de hoy con criterios de hace cuatro años y no le salen las jugadas. Natural.
Supongo que es preciso repensar Zaragoza. La huida hacia el exterior y la incapacidad para organizar adecuadamente el interior se están poniendo de manifiesto. En las nuevas áreas urbanizadas el vecindario se las apaña como puede, sin servicios, sin comercio de proximidad, incluso sin farmacias. Escolarizar a los críos es cada vez más complicado porque, cuando los colegios están hechos, o son insuficientes o las parejas en edad de procrear se están yendo para otro lado detrás de las VPO. Y sin embargo la fiebre recalificadora sigue abrasando a una Corporación que quiere lanzar suelo para miles y miles de nuevas viviendas mientras el Plan General de Ordenación Urbana vigente (¿vigente?) cede definitivamente por sus costuras y se convierte en un chiste. Alguien ha pensado que el parón económico de hoy en día es sólo un fenómeno coyuntural y que es preciso preparar el terreno (nunca mejor dicho) para que los grandes señores del solar dispongan de materia prima realizable así que corra otra vez la pasta. Aviados estamos.
Últimamente la realidad se está poniendo terca. La muy borde le ha metido el miedo en el cuerpo al personal de a pie y no cesa de poner en evidencia nuestros sueños y deseos. Es lo mismo que ocurre (dejando por un momento la esfera local) con el barullo de la financiación autonómica: que Aragón se ha quedado como siempre en el pelotón de las buenas palabras. En el Pignatelli están muy contentos (aunque Biel se hacía el respondón, como corresponde) porque después de haber vendido la última reforma del Estatuto como la octava maravilla del universo no sería lógico reconocer que su palmaria inconcreción siempre nos dejará flotando en el éter de la buena voluntad (del Gobierno central, se entiende). Ya se sabe: los sueños, sueños son.
J. L. Trasobares/El Periódico de Aragón/domingo 12.07.2009
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