Los zaragozanos que se fueron a ponerle algún color a la cumbre del
clima hablan y no paran de Copenhague: la ciudad de más alto nivel de
vida de Europa, un frío que pela, uso común y habitual de la bicicleta y
del transporte público, precios por las nubes, hábitos urbanos de alta
sostenibilidad (control de emisiones, reciclaje de basura, atención
especial a los recursos naturales), tenue iluminación nocturna para
reducir el gasto de energía... Dinamarca tiene actualmente un gobierno
de derechas pero su política medioambiental sigue siendo de las más
avanzadas. Lo que allí es norma y ley aquí pertenece a los programas máximos
de los ecologistas radicales. Copenhague es una capital casi perfecta.
En cuanto el cambio climático atempere sus inviernos, caliente sus
veranos y llene de sol sus atardeceres, aquello será la mundial.
¿Cómo es posible que la ciudad danesa resulte tan fascinante y
tan distinta de esta Zaragoza que celebró una Expo Internacional
dedicada a la sostenibilidad y que hoy sigue siendo una urbe
esencialmente insostenible? Supongo que habrá dos motivos para ello: la
mentalidad (o la educación, si prefieren) y el dinero. El problema de
nuestra amada Cesaraugusta es que no ha consolidado el carácter europeo y
moderno que amagó entre 1909 y 1936, y que, por otra parte, durante
decenios la especulación del suelo y la construcción de viviendas y
equipamientos han sido El Negocio por antonomasia. La Expo podía haber sido el primer capítulo de una nueva historia, una historia distinta; pero...
En Zaragoza hay cuarenta mil pisos vacíos y barrios
perfectamente integrados en la trama urbana consolidada que se están
convirtiendo en áreas cuasimarginales. Es necesaria una nueva estrategia
destinada a recuperar la ciudad, ampliarla sólo lo imprescindible
llenando huecos, disponer de pisos públicos donde realojar a los
actuales habitantes de las manzanas más degradadas (muchas de las
construidas en los barrios obreros durante los cincuenta y los
sesenta) e iniciar una rehabilitación integral y global que incluya el
derribo y reconstrucción de dichas manzanas. Hay que pensar Zaragoza
mirándola hacia adentro porque seguir agregándole lejanos
barrios-dormitorio no sólo es caro, insostenible e incómodo, sino que
además constituye una estafa en toda regla a quienes, seducidos por el
afán de tener vivienda propia, se van al lejano Sur a vivir sin
equipamientos, esclavos del coche y debajo del pasillo aéreo.
¿Quieren el señor alcalde y sus rutilantes consejeros hacer otra
Expo dedicada al paisaje? Vale: monten jardines e invernaderos
repartidos por toda la ciudad. Reverdezcan rincones y solares. Doten a
los edificios de elementos que mejoren sus condiciones bioclimáticas.
Favorezcan el uso de las energías alternativas. Sean valientes y
europeos. ¡Venga!
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