Cada vez está más claro que el ministro Wert tiene en la cabeza el
alucinante modelo educativo que le formó a él (y a mí y a otros que
fuimos niños en los 60). Un tipo tan pagado de sí mismo, tan consciente
de su inteligencia y tan asentado en sus (reaccionarias) ideas no podía
hacer otra cosa: reproducirse (metafóricamente hablando) en los
estudiantes del futuro. Lo quiere hacer volviendo a las reválidas y los
programas tradicionales, devolviendo a la Iglesia Católica la primacía
en el campo de la educación, empujando a la enseñanza pública a un papel
subsidiario (para pobres, inmigrantes y alumnos poco dotados en
general). Su menosprecio por las asignaturas ligeras, por la
integración, por los itinerarios comunes, por la tecnología, por el
aprendizaje mediante la práctica y por cualquier criterio moderno es tan
patente que uno no sabe si el ministro es de estos tiempos o de cuando
se conmemoraron los Veinticinco Años de Paz bajo la égida de Francisco Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios.
Ya sé que mentar a Franco pone de los nervios a ciertas personas. Lo
siento. A mí tampoco me gusta usar argumentos retrospectivos tan
tópicos, salvo cuando la evidencia salta a la vista. La enésima reforma
educativa propuesta actualmente por Wert es manifiestamente retrógada,
sesentera y nacionalcatólica... Qué otra cosa se puede decir de ella.
Tal vez la situación actual no sea idónea o quepa mejorarla. Pero...
¿esto?
Esto, amigos, no se justifica ni con el famoso y resobado
Informe Pisa (elaborado a partir de unos sistemas de evaluación
discutibles) ni con las no menos habituales alusiones al fracaso escolar
(un fenómeno que tiene causas complejas y que hubiese merecido análisis
y soluciones mucho más elaboradas) ni con el barullo del catalán y
otros idiomas cooficiales (miles de aragoneses han ido y van a estudiar a
Cataluña sin experimentar mayores problemas). Eso son fáciles excusas
para imponernos una nueva ley que en realidad es vieja, rancia y ceñida
por completo a los paradigmas del pensamiento ultraconservador.
La cabra, Wert, tira al monte.
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