Me fui de vacaciones sin despedirme. Mi cabeza parecía un bombo de
lotería tras el sorteo de Navidad. Demasiadas campañas electorales. Huí
al mismísimo fin del mundo.
Vuelvo justo un mes después, y
resulta que la política española sigue prácticamente donde la dejé, más
enrarecida y descompuesta quizás, sometida por el paso del tiempo a un
lento aunque inexorable proceso de putrefacción. En 30 días no ha pasado
gran cosa o al menos nada que no pudiera anticiparse la noche del 20-D,
cuando el veredicto de las urnas acabó con la zona de confort del bipartidismo clásico y dejó a Rajoy y Pedro Sánchez
tirados en la cuneta. Ahora, el del PP, consciente al fin de su
derrota, apuesta por repetir las elecciones, a ver si las cosas le salen
mejor cuando la prima de riesgo supere los 200 puntos. El socialista,
acosado por sus compañeros, se enfrenta a muy serios problemas decida lo que decida. El prometedor Rivera se ha quedado, pobre, en apenas nada. Iglesias...
Bueno, una vez más el jefe de Podemos es el que está en mejor posición
(dentro de lo que cabe) y puede permitirse el lujo de lanzar ofertas en
vivo y en directo; su mejor baza sigue siendo la torpeza de los demás.
No cabe extrañarse si Mariano se hace humo a la hora de pelear por la
presidencia del Gobierno, o si Pedro exige gobernar en solitario con
solo 90 diputados. También parece lógico que los amos del sistema,
dispuestos a seguir retabillando parné sea como sea, propongan una
especie de tripartito (¡un maldito tripartito!) con PP, PSOE y
Ciudadanos formando el gran bloque constitucionalista. Claro que eso
acabaría con el socialismo español y dejaría a Podemos como única
oposición y alternativa. Pero siempre cabría inventar algo para expulsar
de la cancha a Pablo y los suyos, ¿no?
Como estaba cantado, la CUP acabó votando a Mas por persona interpuesta. Se hizo un patriótico harakiri, demostrando así que los hipernacionalismos de izquierda son una ficción tan obvia como aquella asamblea de Sabadell, la del empate 1.515-1.515.
Vuelta al tajo. Descansado, feliz... El fin del mundo es maravilloso.
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