miércoles, 23 de diciembre de 2015

Los acuerdos imposibles 20151223

Mientras Pedro Sánchez descansaba y guardaba silencio, Susana Díaz, musa y jefa de la que es sin duda alguna la federación más potente y resistente del PSOE, la de Andalucía, puso los puntos sobre las íes: ni se votará por activa o pasiva a Mariano Rajoy ni se aceptarán acuerdos con Podemos mientras esta formación proponga incluir el derecho a decidir en una Constitución asentada sobre la unidad plurinacional de España. Muy claro. Si ésa es la definitiva postura de los socialistas, no habrá acuerdo de gobierno ni consenso que valga. Ni a derecha ni a izquierdas ni en ninguna parte. La posibilidad de que la situación política entre en un laberíntico paréntesis hasta mayo, y para entonces no haya otra salida que volver a las urnas, toma más cuerpo. Salvo que la apacible Navidad o el incierto año nuevo templen los ánimos.

El 20-D tenía un problema inicial: era la fecha menos adecuada para una cita electoral. Pero Rajoy se empeñó, convencido quizás de que para entonces esto sería Jauja. Votar en vísperas de unas vacaciones que, de manera intermitente pero constante, se han de prolongar hasta la segunda semana de enero era lo que el presidente en funciones suele denominar un desatino. Ayer, él mismo advirtió que ahora toca reflexionar y que tanto la reflexión como los consensos "van para largo". Por supuesto, porque el problema sobrevenido es no menos evidente: unos resultados que son un berenjenal aritmético.

¿Será posible reflexionar y negociar durante tres o más meses, apurando el calendario? Por el momento no se vislumbra otra opción. Albert Rivera se mantiene a la expectativa. Los nacionalistas centrífugos catalanes bastante tienen con su barullo. Unidad Popular-IU se lame las heridas, convertida en un cero a la izquierda. En el PP la procesión va por dentro, mientras sus portavoces se aferran al privilegio de ser los más votados y se ofrecen para liderar un frente constitucionalista. ¿Son conscientes de que, si su partido ha obtenido un 22% de los sufragios, es porque el otro 78% se ha pronunciado por otras opciones, la mayoría diametralmente opuestas?

En el PSOE, las voces supuestamente sensatas que aceptaban la tesis marianista de la estabilidad como axioma ineludible, han quedado ahogadas por el clamor de quienes aseguran que Rajoy sólo puede esperar de los socialistas un no rotundo. Es lógico. Si la socialdemocracia española acudiese, junto a Ciudadanos, en auxilio del más votado (pero también más vapuleado) líder conservador, le resultaría imposible ofrecerse como principal fuerza de oposición. Ese protagonismo quedaría entero y verdadero para Pablo Iglesias y su Podemos, tan caleidoscópico como lleno hoy de moral y de convicciones. Que el mismo Iglesias haya marcado la agenda política poselectoral describiendo un proceso constituyente (o de reforma constitucional) tan audaz como quincemayista indica que él sí sabe a dónde va, cómo y con quién. Algo que los socialistas no tienen tan claro, de momento.

Por otra parte, el PSOE, como el propio PP (o Democracia y Llibertat en Cataluña, o incluso Bildu en el País Vasco) quedaron muy tocados el 20-D. Mucho. De acuerdo con las reglas de uso común en las democracias europeas, Sánchez, Mas o el mismo Rajoy tendrían que haber dimitido la misma noche del domingo. Sus respectivos partidos han quedado tan maltrechos y desautorizados que, en buena lógica, necesitarían cambiar su liderazgo, sus equipos dirigentes y sus tácticas y estrategias. O sea, una renovación a fondo. Pero en España es posible perder 63 escaños de golpe (los conservadores) o 20 (los socialistas)... y que el jefe máximo afirme tan tranquilo que piensa seguir más allá incluso de los correspondientes congresos a celebrar durante la legislatura. Si la hay, claro.

Se supone que volver a las urnas conviene menos a unos que a otros. Según se desarrolle el periodo actual, puede ocurrir que quienes polaricen el discurso y se conviertan en salida natural lleguen en mejor posición a otra convocatoria.

La vida sigue. Ayer estaba convocada una reunión de grandes empresarios. La suspendieron para evitar la suspicacia de la opinión pública. Por aquello del poder fáctico. Pero los teléfonos suenan. Y seguirán sonando.

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