Se da por hecho que las bombas que caen sobre Alepo (Siria) son muy
malas, y las que caen sobre Mosul (Irak) son muy buenas. Por la misma
razón, los yihadistas que combaten ferozmente en la primera de ambas
ciudades son rebeldes con causa; pero los que se resisten con idéntico
tesón en la segunda solo pueden ser abominables terroristas. Aquellos
reciben armas y apoyo logístico desde Arabia Saudí y los emiratos, con
el Departamento de Estado norteamericano y la CIA supervisando la
movida. Estos otros (aun siendo los mismos) son enemigos de la
humanidad, y los drones les sobrevuelan para ejecutarles selectivamente.
Así de retorcido está el mundo. Como casi siempre, dirán quienes sepan
algo de Historia. Como nunca, creo yo. Porque los prestidigitadores del
poder jamás se mostraron tan descuidados a la hora de preservar el
secreto de sus sucios trucos.
Sobre Alepo y Mosul, Rusia, Estados Unidos, Francia, Turquía y otros
actores arrojan bombas de fragmentación y también hiperbáricas,
artefactos criminales que ya cayeron sobre Gaza por cuenta de Israel.
Así que las agencias de comunicación (de propaganda) que actúan al
servicio de cada cual intentan demostrar que los suyos tiran la metralla
con mucho cuidado. No como los otros, que son unos genocidas.
Millones de personas han sido desplazadas de sus países por esta
orgía sangrienta. Y también ellas son objeto de arbitrarias
clasificaciones. Cuando empezaron a llegar a Europa, los refugiados eran
buenos o al menos dignos de lástima. Hoy son unos indeseables o algo
peor. El heroico rebelde que combate en Alepo será un peligroso
terrorista en París o Madrid. A las mujeres y niños sirios amenazados de
muerte por el tirano Asad el piadoso Gobierno belga... les niega el
visado.
Tan abrumadora es la situación, que el nuevo presidente Trump admira
la determinación y la mala hostia de su homólogo ruso, Putin. Que no se
anda con remilgos ni disimulos, porque es malo de toda maldad. Él (el
yanqui) se dispone a imitar esa brutal resolución. Terrorífico.
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