Al jubilarse el Papa, los obispos españoles han roto el silencio que
mantenían desde que los suyos (o sea, el PP) gobiernan España. Este
fenómeno tenía mosqueados a mis amigos. Fíjate --me decían--, con lo
locuaz que estaba la Conferencia Episcopal antes y ahora no tiene nada
que decir ni sobre la corrupción ni sobre el empobrecimiento ni sobre la
que está cayendo. Yo, la verdad, pasaba del tema, porque me trae sin
cuidado lo que diga o deje de decir la Santa Madre y porque ya sé que
Sus Ilustrísimas son tan tolerantes en asuntos de dinero como retorcidos
y severos en cualquier cosa que se refiera al sexo. Que los poderosos
roben lo ven normal, que los homosexuales se casen les saca de quicio.
De este tema podríamos pasar a otro más sugerente y que es ya un
clásico en los debates académicos y de barra (de bar): ¿son las
sociedades influidas por el luteranismo o el calvinismo más honestas que
aquellas otras situadas en la órbita católica? Porque, claro, cuando
lees que una ministra alemana ha dimitido porque presuntamente plagió
una parte de su tesis doctoral, cuando imaginas el impacto que tendría
en Gran Bretaña un escándalo como el Gürtel-Bárcenas o cuando
reparas en que todos (¡todos!) los noruegos tienen su declaración de
renta expuesta en internet, comprendes que en efecto hay algunas
diferencias entre la gente de la Reforma y la de la Contrarreforma.
En esta España donde nunca hubo una auténtica revolución liberal, donde
las intentonas democráticas fueron aplastadas una tras otra, donde el
ideario nacionalcatólico se convirtió durante decenios en ley de
obligado cumplimiento... en este país inaudito, la hipocresía y su
siamés, el cinismo, son la pandemia oficial. Entre las élites, y también
entre la plebe. Personas que se proclaman cristianas creyentes y
practicantes evaden impuestos, se muestran indiferentes ante la pobreza
ajena, roban, estafan y aseguran en público que el futuro de España
(sean los Monegros, sea Alcorcón) está en reeditar aquí Las Vegas, la ciudad del pecado. Y si hay corrupción... pelillos a la mar. Siempre que los corruptos sean de los nuestros, claro.
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