martes, 12 de febrero de 2013

Hipocresía y cinismo, pandemia nacional 20130212

Al jubilarse el Papa, los obispos españoles han roto el silencio que mantenían desde que los suyos (o sea, el PP) gobiernan España. Este fenómeno tenía mosqueados a mis amigos. Fíjate --me decían--, con lo locuaz que estaba la Conferencia Episcopal antes y ahora no tiene nada que decir ni sobre la corrupción ni sobre el empobrecimiento ni sobre la que está cayendo. Yo, la verdad, pasaba del tema, porque me trae sin cuidado lo que diga o deje de decir la Santa Madre y porque ya sé que Sus Ilustrísimas son tan tolerantes en asuntos de dinero como retorcidos y severos en cualquier cosa que se refiera al sexo. Que los poderosos roben lo ven normal, que los homosexuales se casen les saca de quicio.

De este tema podríamos pasar a otro más sugerente y que es ya un clásico en los debates académicos y de barra (de bar): ¿son las sociedades influidas por el luteranismo o el calvinismo más honestas que aquellas otras situadas en la órbita católica? Porque, claro, cuando lees que una ministra alemana ha dimitido porque presuntamente plagió una parte de su tesis doctoral, cuando imaginas el impacto que tendría en Gran Bretaña un escándalo como el Gürtel-Bárcenas o cuando reparas en que todos (¡todos!) los noruegos tienen su declaración de renta expuesta en internet, comprendes que en efecto hay algunas diferencias entre la gente de la Reforma y la de la Contrarreforma.

En esta España donde nunca hubo una auténtica revolución liberal, donde las intentonas democráticas fueron aplastadas una tras otra, donde el ideario nacionalcatólico se convirtió durante decenios en ley de obligado cumplimiento... en este país inaudito, la hipocresía y su siamés, el cinismo, son la pandemia oficial. Entre las élites, y también entre la plebe. Personas que se proclaman cristianas creyentes y practicantes evaden impuestos, se muestran indiferentes ante la pobreza ajena, roban, estafan y aseguran en público que el futuro de España (sean los Monegros, sea Alcorcón) está en reeditar aquí Las Vegas, la ciudad del pecado. Y si hay corrupción... pelillos a la mar. Siempre que los corruptos sean de los nuestros, claro. 

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