lunes, 18 de febrero de 2013

No confundir la corrupción con otras cosas 20130218

Llegados a este punto, la confusión es enorme. El chaparrón diario de escándalos tiene a la gente cabreadísima. No es raro por eso que la ciudadanía se despiste y confunda el coste de la democracia (o sea, de las instituciones democráticas) con la corrupción. El personal se pone (y lo ponen) de los nervios con revelaciones sobre sueldos, declaraciones de renta, patrimonios y otros detalles particulares de los políticos, pero no capta o sólo lo hace a retazos que el problema no está ahí (al menos no el problema principal) sino en la confusión entre intereses públicos y privados, en la opacidad de la gestión, en el tráfico de influencias que permite a determinadas empresas y personajes llenarse los bolsillos a costa del contribuyente. No hablo de sueldos, sino de sobornos, contratas a discreción, subvenciones a dedo, recalificaciones de suelo (cuando la burbuja estaba engordando), leyes a la medida.

Conocer los ingresos y el patrimonio oficial de los jefes me parece irrelevante. Las proclamas de unos y otros en torno a la presentación formal de cuentas son puro fuego de artificio. Como lo serán, me temo, las futuras leyes de Transparencia y de Administración Local. El problema radica en que la corrupción, la de verdad, la gorda-gorda, tiene mecanismos relativamente complejos y difíciles de entender por gran parte de la opinión pública. La transferencia de fondos públicos a bancos, eléctricas, grandes constructoras y empresas ad-hoc, como las decisiones urbanísticas, siguen vericuetos tortuosos y producen cifras incomprensibles por su enormidad para la gente del común. Es mucho más fácil que una persona cuyo sueldo quizás no supere los quince mil euros al año (por poner una cifra estándar) se lleve las manos a la cabeza al saber que un alto cargo institucional gana ochenta mil.

Entonces llega el PP y propone convertir a los cargos electos con dedicación exclusiva en mileuristas, o mejor aún: que no cobren. Así, la democracia se devalúa objetivamente y la actividad política queda en manos de quien pueda permitírsela (o la use para sacarse el sueldo en B). Los corruptos, por supuesto, tan tranquilos. 

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