sábado, 23 de febrero de 2013

Un país pacífico y desorientado 20130223

La pregunta está en el aire: ¿qué pasa en España, que no pasa nada? El misterio sobrevuela un país saqueado y sometido por lo que los teóricos denominan élites extractivas. Las personas más impresionables se aterran ante cada desahuciado que se suicida. Pero no hay estallido social. Las huelgas y manifestaciones se ciñen a la norma. Los poderosos pueden permitirse ignorar una protesta tan controlada.

Supongo que el fenómeno tiene varias causas. Para empezar, sucesivas generaciones de españoles han integrado en su subconsciente el recuerdo (vago quizás, pero tenebroso) de la Guerra Civil y sus terribles consecuencias. Es lógico. Por otro lado, tras la recuperación de la democracia se produjo una constante mejora de las condiciones de vida y de trabajo. Se disparó el bienestar y el consumo. El conjunto de la población accedió a unos servicios públicos gratuitos (sanidad, educación, prestaciones sociales) de calidad desconocida hasta entonces. La gente se instaló. Muchos creyeron que todo lo logrado era la simple consecuencia de una especie de ley de la gravedad socioeconómica. Los hay que ahora mismo desprecian esas conquistas con patética ceguera.

Así, España se ha convertido en una nación muy pacífica. Definitivamente pacífica una vez que ETA ha dejado de matar. Aquí, incluso las mafias locales y extranjeras funcionan discreta y apaciblemente. La Camorra napolitana o el crimen organizado de Rusia y el Este de Europa han encajado en sus correspondientes nichos sin apenas tensión. Un escenario del tráfico de drogas tan característico como las Rías Gallegas es casi una balsa de aceite. Las tremendas movidas inmobiliarias en la costa mediterránea (influencias, dinero negro, inversiones de alto riesgo) no han promovido apenas violencia ni siquiera tras las millonarias pérdidas ocasionadas por el estallido de la burbuja. No pasa nada porque todos temen (tememos) perder más de lo que podamos ganar. Ahora estamos descubriendo que, tras esa fachada de orden y contención, se esconde un ámbito de corrupción sistémica a punto de ser institucionalizado. Pero somos pacíficos y no pasa nada. 

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