El paro y el empobrecimiento no ceden. Todos nos preguntamos hasta
cuándo aguantará la economía española sin colapsarse. Mientras, la
crisis sin retorno evoluciona en perfecta simbiosis con la corrupción
política y empresarial. Las chispas que saltan podrían encender la
hoguera de la revuelta ciudadana, si no fuese porque la sociedad
española es extraordinariamente pacífica, teme perder lo que aún le
queda y no ve una salida razonable por donde escapar del actual
laberinto. El personal abomina de los políticos, y éstos le retribuyen
con constantes escándalos. Así hemos llegado al estallido final del
Gürtel. El partido que gobierna se hunde en la ciénaga. Sostener en
tales condiciones el Gabinete Rajoy parece misión imposible. Pero si Mariano se viene abajo... ¿qué puede pasar después?
Los sondeos publicados el pasado fin de semana describían un panorama
electoral caracterizado por la dispersión, el hundimiento de las
mayorías y la quiebra de la alternancia automática. Si fuese preciso ir a
las urnas anticipadamente y éstas arojasen un veredicto de tal
naturaleza, muchos propondrían como salida excepcional un pacto entre PP
y PSOE en apoyo de un Ejecutivo técnico. José María Aznar y Esperanza Aguirre tienen planes más agresivos: tecnocracia, sí; pero bien adobada en autoritarismo y privatizaciones definitivas. Cerca de ellos galopa, discreto aunque omnipresente, Manuel Pizarro, un hombre que jamás renuncia a nada.
Los peligros acechan. El autoritarismo ultraliberal difunde programas
implícitos (destrucción de las instituciones públicas, privatización de
servicios, eliminación de derechos laborales, orden público a rajatabla)
y mantiene en el escaparate a líderes de recambio (identificados con su
sector más derechista). El descrédito de los políticos fomenta la
vuelta de los imaginarios nacional-católicos o neofascistas. La
institucionalización de prácticas corruptas y la desmoralización general
convierten a España un escenario muy favorable para el crimen
organizado. Y en estas condiciones, incluso en el Limbo de los Justos
acabarían por ponerse las cosas feas.
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