Se dice y escribe que este Gobierno hace lo que hace porque debe
hacerlo, y en consecuencia la bendita ciudadanía podría entenderlo y
aceptarlo con entregada resignación si Rajoy y sus cuates se lo explicaran bien.
O sea, que el Ejecutivo actual tiene básicamente un problema de
comunicación. No transmite, no convence, no impone su relato... ¡Por eso
está el personal tan encabronado!
He conocido a no pocos teóricos (y prácticos) de la realidad percibida.
Pretendían manipular la actualidad de tal manera que en ella el hueco
latón pasara por oro macizo. Pero ese truco sólo funciona cuando corre
la pasta, las instituciones pueden levantar costosas escenografías y la
política de escaparate se apoya en unos presupuestos elásticos e
infinitos. En esas condiciones es fácil camelar al respetable con AVE,
aeropuertos, carreras de motos y palacios de congresos. Pero cuando ya
no hay parné y lo que toca anunciar no son inauguraciones sino recortes
no hay mago de la comunicación que valga. El quid de la cuestión no está en cómo se cuentan las cosas sino en lo que esas cosas significan. La gente es ingenua pero no idiota.
Un Gobierno que incumple su programa, que actúa mediante decretos
ninguneando la vida parlamentaria, que no da la cara, que se
contradice... pero que sobre todo desmantela los servicios públicos,
tritura los derechos laborales, reduce las prestaciones a los parados,
acribilla a impuestos a los trabajadores, atraca a los funcionarios,
pone la deuda pública al servicio del sistema financiero, amnistía a los
defraudadores y se subordina a lo que le dictan desde Berlín y Bruselas
lo tiene muy difícil a la hora de fascinar a la opinión pública. No hay
estrategia o técnica que permita convencer a quien acaba de recibir una
patada en la boca de que se le ha hecho un precioso regalo. Ni llevando
a TVE expertos en agitprop ultraconservadora ni haciendo malabares retóricos para evitar términos como recorte, intervención o rescate.
Las reglas aconsejan comunicar las malas noticias con rigor, seriedad y
sin ocultar nada. Pues hala... ¡a ver quién es el guapo!
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