Los sanitarios cortan el tráfico frente a sus hospitales. Se
concentran los policías fuera de servicio. Ocupan la calle los
funcionarios en general. Los trabajadores sometidos a eres están
que trinan. Los parados echan fuego por la boca. Quincemayistas,
indignados y todo tipo de personajes acuden por las tardes a montar
bronca frente a la sede del PP en la Gran Vía de Zaragoza. El comando de los discapacitados intelectuales pega en las paredes fotos de Rajoy con la leyenda Se busca...
Y ayer, en toda España, las manifestaciones reunieron muchedumbres
inabarcables. A estas alturas queda claro que la ciudadanía no aceptará
resignada que le quiten derechos, calidad de vida y dignidad. Además,
quienes se movilizan van teniendo claro que ésta es una lucha política.
Pero afrontan un problema fundamental: la ausencia de alternativas.
La derecha, aunque desbordada, intenta resistir el empuje de la calle. Ha convertido la blitz krieg
en una cruel guerra de desgaste. Quiere demostrar que manifestaciones y
huelgas son inútiles, que la suerte está echada, que la causa ciudadana
decaerá por agotamiento. El imaginario conservador anticipa una
victoria final como la conseguida por Thatcher sobre las Trade Unions
en los Ochenta; victoria que acabará con los sindicatos y los
movimientos sociales, con el 15-M y con todo el que no acepte el
desmantelamiento del Estado del Bienestar.
Desde la perspectiva
contraria, la de quienes actúan en los múltiples frentes de la
contestación, el problema radica en cómo articular una salida política
que rompa la inercia del Sistema y afronte la crisis financiera de
manera radicalmente diferente. Esa salida no se encarna ya en un Partido
Socialista desprestigiado, sin militancia ni conexión con la sociedad
civil. Tampoco, al menos por ahora, en una Izquierda Unida cuyo discurso
resulta tan simplista y primitivo como el estilo de sus líderes. Emerge
así una incógnita (que por supuesto el nebuloso 15-M no despejará) cuya
resolución debe discurrir en paralelo al desarrollo de la lucha contra
los recortes. Esa y no otra es la clave de la peliaguda situación
actual.
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