Jamás en la vida había visto cosa semejante. Hace quince días me fui
de vacaciones para relajarme, y a la vuelta me encuentro el país con los
nervios de punta, los bolsillos vacíos y la ansiedad a tope.
Acojonante. ¿Cómo pueden empeorar tanto las cosas en sólo dos semanas?
¿Qué locura es ésta? ¿Quién nos ha condenado a empalmar un ajuste tras
otro convirtiendo cada sacrificio en un simple aperitivo del que ha de
venir después?
Pero yo mismo me respondo, parado ante el espejo. ¿Qué te pensabas. Trasobares?
¿Creías capear una leve tormenta en un vaso de agua? Pues no, querido,
estás ante una inflexión de la Historia, una nueva Edad, un giro
dramático del Destino... El futuro retrocede sin remisión hacia el
pasado. Puede que tú, como tantos otros compañeros de viaje, imaginases
un porvenir a salvo de los demonios anteriores. Te equivocabas. Esa
derecha política que ha saludado con ovaciones y risotadas los últimos
serruchazos es la inaudita reencarnación de aquella otra que estaba
dispuesta a destruir España para adueñarse de sus ruinas. Date por
contento que esta vez pretende hacerlo por lo fino. A la postre, el qué se jodan
de la famosa hija del Gran Imputado es apenas un exabrupto inocuo
comparado con lo que los antepasados de la susodicha hicieron tal día
hace setenta y seis años.
Por lo demás, si he de decirles la
verdad, nada de lo que ha sucedido desde el 1 de julio debería
extrañarme. Es un plan que se cumple de manera inexorable.
Empobrecimiento, privatizaciones, descaro, fracaso del sistema. osadía
de los reaccionarios, respuesta de la ciudadanía... Rajoy es el médico valiente
que ya no trata a su paciente con tisanas y emplastos, sino con severas
sangrías y tremendas purgas. El paciente, por supuesto, reune sus
últimos alientos para rebelarse antes de morir. La gente está en la
calle (espérense a ver las manifestaciones de mañana). Obreros,
profesores, sanitarios, parados, estudiantes, funcionarios...
¿Funcionarios? Incluyamos entre ellos a la gente de uniforme. También a
los policías les han fundido la paga de Navidad. Cuidadín pues, Mariano,
que estás jugando con fuego.
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