miércoles, 16 de septiembre de 2015

Buenas palabras, pero la vergüenza sigue 20150916

Tras la catarata de buenas palabras vertida por los gobiernos de los principales países europeos, la vergüenza en las fronteras del Este y el Mediterráneo continúa. El desastre no cesa, ni los niños ahogados, ni las familias deshechas, ni las imágenes de esos hombres y mujeres abrumados por la desgracia y el miedo. Leí el domingo una carta abierta de las alcaldesas y los alcaldes de varias ciudades españolas integrados en una recién constituida red de acogida solidaria. El documento (inspirado sin duda por Ada Colau y firmado también por el zaragozano Santisteve) venía a recordar que la gente, las ONGs y los municipios gobernados por las izquierdas están preparados, pero los estados miembros de la UE aún no han arrancado. Y si ellos no hacen su fundamental trabajo (organizar la entrada y distribución de los refugiados), la respuesta social no servirá de nada. Veinticuatro horas después, este lunes, los socios de la UE todavía regateaban la distribución de los ciento veinte mil asilados que serán admitidos no se sabe cuándo.

Mientras se derrama la hipocresía de los gobiernos (¡con decir que Merkel parece la más humana y generosa!), las contradicciones internas de la Europa unida salen a la luz con creciente intensidad. Es increíble que la misma Grecia atacada con todas las armas financieras y obligada a una rendición incondicional, haya sido dejada ahora sola frente al desembarco de miles y miles de sirios, iraquíes, afganos y pakistaníes. ¿Cómo podrán desde Atenas ayudar a los que llegan, si el país carece prácticamente de recursos y está maniatado por las condiciones del último rescate?

Pero mucho peor todavía es lo de Hungría. Gobernado por un partido de extrema derecha, este país, miembro de la UE, ha dispuesto una respuesta militar a la crisis, está deteniendo a los refugiados y no resulta inverosímil que los interne en campos de concentración. Pero no oigo a quienes tronaban hace bien poco contra los griegos por ser malos deudores, exigir ahora que el Ejecutivo húngaro sea reprobado por fascista y expulsado de las instituciones europeas.

Insisto: ¿donde está el límite?

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