miércoles, 2 de septiembre de 2015

Cuando dejas que te coman el tarro 20150902

Hay gente que tiene una extraña predisposición a creerse los argumentos más descabellados o las publicidades más inverosímiles. Así, cuando la obvia alienación se disipa porque se impone la simple y cruda realidad, quienes pensaron estar haciendo lo más conveniente y lo más inteligente comprueban que los sellos donde invirtieron su dinero eran solo un señuelo, que la familia Ruiz Mateos ha vuelto a estafarles, que el apartamento en la playa apenas vale la cuarta parte de lo que pagaron por él, que Arcosur es un lugar remoto, perdido e imposible, que el colegio Ánfora no puede abrir ni mucho menos ser concertado... Bajo estos amargos desengaños se incuba la frustración y a menudo una airada reacción, por la cual la maltratada conciencia de quienes se equivocaron busca salidas insistiendo en los mismos argumentos que provocaron el inicial (y garrafal) error. La culpa entonces es (¡cómo no!) de los políticos. Por no haberles protegido... o por protegerles demasiado.

Tal cual. Cuando la víctima de una estafa piramidal (véanse Forum Filatélico o Rumasa I y II) se da cuenta de que la cosa ha reventado, o responsabiliza a los poderes públicos por precipitar el hundimiento, o bien por no haber intervenido a tiempo para impedir que los timadores abusaran de su extrema (e interesada) credulidad. Si además el caso viene entremezclado con ciertos ramalazos ideológicos, el fenómeno deriva en surrealismo. He conocido a personas que, tras perder sus ahorros al producirse la intervención del Banco Atlántico, le echaron la culpa de todo a Boyer (y a la China), y en cuanto pudieron volvieron a meter la pasta en Nueva Rumasa... para perderla otra vez.

En el colegio Ánfora se junta todo: la evidente cacicada perpetrada por la exconsejera Dolores Serrat, las aspiraciones de unas familias ansiosas por justificar la compra del adosado vistiendo a sus niños de exclusivo uniforme (escolar), una atmósfera política proclive a convertir el derecho a la enseñanza en el negocio de empresas y personajes bien relacionados... Los listos sabían a lo que iban; a los otros les comieron el tarro. Simplemente.

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