Será una maldición bíblica o cosa parecida, pero en este Aragón
tenemos por castigo estar siempre mirando al cielo: a ver si llueve, a
ver si no cae padrisco, a ver si nieva, a ver si hace sol... Cansado de
esta servidumbre, mi bisabuelo se vino desde Alcubierre a Zaragoza, a
buscar un futuro para sus numerosos hijos. Puso un horno y creyó haber
roto el círculo vicioso de la sequía, la vida a crédito y la presión del
cacique. Pero si ahora levantase la cabeza vería de nuevo a buena parte
de los aragoneses sufriendo a consecuencia del clima (y su obvio
calentamiento). Siglo y pico después de aquel crudo final del XIX, nos
las hemos apañado para subordinar muchos de nuestros proyectos
colectivos al albur de borrascas y anticiclones.
Motorland pinchó
el pasado fin de semana por culpa de la lluvia. Tanto clamar contra la
sequía, y vienen las nubes justo cuando no tenían que venir. Será por el
agua o por lo que sea, el flamante y carísimo GP Aragón está perdiendo
fuelle. Las pérdidas de la última edición han debido ser tremendas.
Tormenta y temporal. Mala suerte. Vinimos a luchar contra los ingleses,
no contra los elementos.
Ahora estamos acobardados por todo lo
contrario. En el Pilar tiene que hacer sol y buen tiempo para no
fastidiar el negocio de las fiestas. Pero, ¡ojo!, después ha de nevar en
el Pirineo a fin de que en el puente de la Purísima Constitución abran
las estaciones de esquí y la temporada no se venga abajo. La nieve (o su
ausencia) se ha convertido, por obra y gracia de nuestros agudos
mandamases, en un factor capital de la economía montañesa, un factor que
se esfuma, que escasea, que desaparece.
Con los pantanos vacíos,
el regadío también mira al cielo. Agricultura y ganadería han sufrido
fortísimas pérdidas. Y sin embargo, ningún jefe (institucional o
fáctico) quiere hablar del cambio climático. Como si no existiese. Hemos
invertido miles de millones en instalaciones deportivas, complejos
turísticos y embalses que ahora dependen de si llueve o si no llueve.
Vamos en todo ello a contrapié, acechados por el calentamiento global y
local. Mi bisabuelo alucinaría.
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