Recordarán que el actual secretario de Estado de Infraestructuras, Rafael Catalá, dijo que no se puede desdoblar la N-II o la N-232 porque sería hacerles una competencia desleal
a las autopistas de peaje que discurren en paralelo a dichas
carreteras. Me ha extrañado que una declaración de principios tan
contundente y significativa no haya tenido luego mayor repercusión.
Porque tras ella hay una filosofía y unos criterios políticos que lo
abarcan todo y a todo aspiran.
Si aplicamos la misma regla de tres que impide al Ministerio de Fomento competir
con las concesionarias de las autopistas, el de Educación no debería
hacerles sombra a los centros educativos privados ni el de Sanidad a las
aseguradoras ni el de Interior a las empresas de seguridad, ¿no? La
extensión de semejante criterio nos llevaría a invalidar las actividades
del Estado (todas ellas), pues siempre podrían entrar en concurrencia
con otras similares convertidas en negocio por compañías privadas. Éste y
no otro es el gran paradigma del ultraliberalismo neocón: eliminemos lo
público, dejemos todo en manos de los emprendedores y el que más pueda, capador.
Las concesiones de autopistas han sido prorrogadas en este país nuestro
con una alegría extraordinaria y sin fijar contrapartidas para resolver
problemas como los que se dan en Aragón en los dos ejes citados,
auténticos puntos negros. Pero es que la participación de la enseñanza
concertada en los presupuestos dedicados a educación no deja de crecer, y
la paulatina privatización de los servicios sanitarios es también
evidente.
El señor secretario de Estado no se salió por la tangente ante una pregunta incómoda (planteada por el diputado Chesus Yuste).
Expuso con total naturalidad el programa de su partido. Pasa como con
el menda ése (del PP también, vaya por Dios) que dijo lo de las leyes,
las mujeres y la necesidad de violar a las unas y a las otras.
Semejantes expresiones no son simples lapsos. Cuando salen de la boca de
alguien (y más si se trata de un cargo público) es porque ya anidaban
en su pensamiento. Hay gente que es así de carca, de inhumana o de
borde. Una pena, sí.
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