El todavía presidente Obama tiene razón: España gestionó muy mal la burbuja inmobiliaria y peor aún su estallido final. Zapatero se puso a las órdenes de los bancos y de la cancillera Merkel (quien a su vez obedece a los bancos... alemanes). A partir de ahí sólo podía venir el desastre definitivo. Ahora, Rajoy
empuja para llegar (rumbo a la miseria) mucho más lejos de lo que se
atrevió su infeliz predecesor. Y aquí estamos, con el Rey diciendo en
India que la cosa se está arreglando y el paro batiendo récords
absolutos y relativos gracias a los recortes y a la maldita Reforma
Laboral.
El profesor de Macroeconomía Jorge Bielsa explica
muy bien (con gráficas, datos oficiales y análisis técnicos) lo que ha
pasado. España no tenía una deuda pública disparatada (pese a las
idioteces y mamandurrias de los jefes), pero le cayó encima un mayúsculo
endeudamiento privado como consecuencia de la burbuja inmobiliaria.
Tras el reventón, seiscientos mil millones de euros se esfumaron de
repente. Y la banca patria los había pedido prestados en el exterior.
¿Cómo devolverlos cuando pisos, urbanizaciones y solares, garantes de
los créditos, perdían valor por minutos? Ahí estuvo y está la madre del
cordero. Hace tiempo que el rescate bancario se puso en marcha, y nos
vamos a comer con patatas, todos juntitos y a escote, el agujero que
dejó la especulación, el desmadre urbanístico y los préstamos a
tutiplén. La deuda privada se está haciendo pública y seguirá haciéndolo
inexorablemente. Seremos mucho más pobres para pagar las ganancias de
quienes se han hecho ricos. Alguien se llevó esos seiscientos mil
millones. Échales un galgo.
El problema fundamental no está en
los políticos ni en las autonomías ni en los chivos expiatorios
inventados por los ultras. La parte institucional del Sistema es
culpable por complicidad, ineficacia y corrupción, vale. Pero la clave
está más arriba, en las sombras de la cúpula. Allí no hay diputados ni
concejales, sino banqueros, expromotores inmobiliarios y altos
ejecutivos podridos de beneficios, bonus, incentivos, comisiones e
ingresos en negro. Ése es el enemigo.
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