En medio de esta cosa que solemos llamar crisis, los españoles
(incluidos los españoles que no quieren serlo) volvemos a mirarnos en el
espejo preguntándonos quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos.
Recuperamos los viejos lugares comunes, rebuscamos en la Historia para
encontrar los agravios y las violencias que impidieron a la periferia
librarse del centro y al centro meter en cintura a la periferia... Los
más simples y/o canallas buscan una bandera en la que envolverse para
justificar mediante coartadas patrióticas cualquiera de las cosas que
pasan o pueden pasar.
He leído a Miguel Navascués,
economista retirado del Banco de España y que parecía persona sensata
pese a su ramalazo ultraliberal, saludar con entusiasmo la llegada de
Eurovegas porque, en su opinión, los españoles somos un desastre: vagos,
torpes, desorganizados... Incapaces de entender la economía productiva,
lo mejor que podemos hacer es currar de camareros, limpiadoras, gigolós
y strippers bajo el alegre sol de nuestra tierra. Y cuidadín que este
pensamiento lo comparten otros expertos.
Los españoles del
Norte quieren distanciarse o separarse por completo de los españoles
del Sur, reproduciendo a escala ibérica las fobias europeas. Los
laboriosos norteños no quieren echarse a las costillas el gasto de los
despreocupados sureños. Los estereotipos funcionan estupendamente a la
hora de tipificar la esencia de este choque entre culturas. Por
supuesto todo es más complejo y mucho más entreverado. Llevo años
escuchando memeces sobre el sistema educativo español y el fracaso de
nuestras universidades públicas a la hora de formar profesionales. Pero
ahora mismo, miles de ingenieros españoles titulados por esas mediocres
universidades se están integrando perfectamente en las industrias de
Alemania, Escandinavia o los Países Bajos. Su reputación es excelente
aunque vengan de un país pig.
Personalmente no creo que
ningún pueblo tenga un destino específico. Dependiendo de las
circunstancias, de los liderazgos y de las ideas hegemónicas en cada
momento, los habitantes de un país pueden ser refinados, industriosos,
revolucionarios o genocidas. Tampoco me emocionan las banderas y los
himnos. Ni la Marcha Real, ni el Canto a la Libertad, ni Els Segadors.
Por eso creo, en mi infinita ingenuidad, que la crisis requiere más
solidaridad entre los pueblos de Europa y de España, porque el enemigo
es el mismo: las oscuras élites que manejan nuestros destinos a través
del dinero, las organizaciones que han usurpado la función de las
instituciones democráticas y hoy manejan a placer el control de las
finanzas públicas y las políticas monetarias. A esos, desde luego,
tampoco les ponen tiernos los símbolos de la patria... ¿Qué patria?
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