domingo, 7 de octubre de 2012

Menos patria, más inteligencia y mucha solidaridad 20121007

En medio de esta cosa que solemos llamar crisis, los españoles (incluidos los españoles que no quieren serlo) volvemos a mirarnos en el espejo preguntándonos quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Recuperamos los viejos lugares comunes, rebuscamos en la Historia para encontrar los agravios y las violencias que impidieron a la periferia librarse del centro y al centro meter en cintura a la periferia... Los más simples y/o canallas buscan una bandera en la que envolverse para justificar mediante coartadas patrióticas cualquiera de las cosas que pasan o pueden pasar.

He leído a Miguel Navascués, economista retirado del Banco de España y que parecía persona sensata pese a su ramalazo ultraliberal, saludar con entusiasmo la llegada de Eurovegas porque, en su opinión, los españoles somos un desastre: vagos, torpes, desorganizados... Incapaces de entender la economía productiva, lo mejor que podemos hacer es currar de camareros, limpiadoras, gigolós y strippers bajo el alegre sol de nuestra tierra. Y cuidadín que este pensamiento lo comparten otros expertos.

Los españoles del Norte quieren distanciarse o separarse por completo de los españoles del Sur, reproduciendo a escala ibérica las fobias europeas. Los laboriosos norteños no quieren echarse a las costillas el gasto de los despreocupados sureños. Los estereotipos funcionan estupendamente a la hora de tipificar la esencia de este choque entre culturas. Por supuesto todo es más complejo y mucho más entreverado. Llevo años escuchando memeces sobre el sistema educativo español y el fracaso de nuestras universidades públicas a la hora de formar profesionales. Pero ahora mismo, miles de ingenieros españoles titulados por esas mediocres universidades se están integrando perfectamente en las industrias de Alemania, Escandinavia o los Países Bajos. Su reputación es excelente aunque vengan de un país pig.

Personalmente no creo que ningún pueblo tenga un destino específico. Dependiendo de las circunstancias, de los liderazgos y de las ideas hegemónicas en cada momento, los habitantes de un país pueden ser refinados, industriosos, revolucionarios o genocidas. Tampoco me emocionan las banderas y los himnos. Ni la Marcha Real, ni el Canto a la Libertad, ni Els Segadors.

Por eso creo, en mi infinita ingenuidad, que la crisis requiere más solidaridad entre los pueblos de Europa y de España, porque el enemigo es el mismo: las oscuras élites que manejan nuestros destinos a través del dinero, las organizaciones que han usurpado la función de las instituciones democráticas y hoy manejan a placer el control de las finanzas públicas y las políticas monetarias. A esos, desde luego, tampoco les ponen tiernos los símbolos de la patria... ¿Qué patria? 

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