lunes, 1 de octubre de 2012

Todo es relativo... y en Aragón todavía más 20121001

Aún no se había dispersado por el espacio radioeléctrico la imagen de Rajoy paseándose por Nueva York puro en ristre (y anda que no ha dado juego la imagen en los medios y las redes sociales de todo el mundo), cuando ya nos han estampado en la cara los benditos Presupuestos Generales del Estado. Esto va embalado.



Es cierto que la información entra por nuestros sentidos a tal velocidad que apenas hemos conocido una noticia cuando debemos olvidarla para dejar paso a la siguiente. Y en ese ajetreo no somos capaces ni de entender lo que cada novedad significa. El ruido de fondo lo tapa todo. Tantos chismes electrónicos largándonos mensajes y ya ven. Como suele decirse, en las grandes inundaciones lo primero que falta es... el agua potable.

Siempre cabe relativizar la situación. Conozco a gente que se consuela pensando que el segundo rescate bancario sólo nos costará unos sesenta mil milloncicos. Los hay que se creen todo eso de que el viaje del presidente del Gobierno a la asamblea de la ONU habrá costado una pasta en catering, bebidas alcohólicas y habanos, pero el retorno en imagen rondaría los diez millones de euros (¡hasta en los guiñoles de Taiwan han sacado a nuestro Mariano!). En fin, cada cual se consuela como puede y quiere.

Y en Aragón, ni les cuento. A Rudi su compañero Montoro le ha vuelto por pasiva todo lo que la ilustre presidenta dijo hace cuatro días (en el debate sobre el estado de la Comunidad, ¿se acuerdan?) sobre la defensa de los intereses de Aragón y tal y tal. El juez Albar (al que en instancia superior acaban de echarle abajo su sentencia sobre la remodelación de La Romareda) sigue contragobernando la ciudad de Zaragoza, en abierta pugna con el alcalde Belloch, quien a su vez está poniendo el Ayuntamiento patas arriba para demostrar que cualquier situación es susceptible de empeorar. Y la ciudadanía, incapaz de valorar las movidas multimillonaria que les contamos a diario, sólo tiene una ilusión: comer, aunque sólo sea una vez, en ese exclusivo restaurante de las Cortes donde papeas a lo fino por una seiscientas pesetas. ¡Ay, madre! 

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