Aún no se había dispersado por el espacio radioeléctrico la imagen de Rajoy
paseándose por Nueva York puro en ristre (y anda que no ha dado juego
la imagen en los medios y las redes sociales de todo el mundo), cuando
ya nos han estampado en la cara los benditos Presupuestos Generales del
Estado. Esto va embalado.
Es cierto que la información entra por
nuestros sentidos a tal velocidad que apenas hemos conocido una noticia
cuando debemos olvidarla para dejar paso a la siguiente. Y en ese
ajetreo no somos capaces ni de entender lo que cada novedad significa.
El ruido de fondo lo tapa todo. Tantos chismes electrónicos largándonos
mensajes y ya ven. Como suele decirse, en las grandes inundaciones lo
primero que falta es... el agua potable.
Siempre cabe relativizar la situación. Conozco a gente que se consuela pensando que el segundo rescate bancario sólo
nos costará unos sesenta mil milloncicos. Los hay que se creen todo eso
de que el viaje del presidente del Gobierno a la asamblea de la ONU
habrá costado una pasta en catering, bebidas alcohólicas y habanos, pero
el retorno en imagen rondaría los diez millones de euros (¡hasta
en los guiñoles de Taiwan han sacado a nuestro Mariano!). En fin, cada
cual se consuela como puede y quiere.
Y en Aragón, ni les cuento. A Rudi su compañero Montoro
le ha vuelto por pasiva todo lo que la ilustre presidenta dijo hace
cuatro días (en el debate sobre el estado de la Comunidad, ¿se
acuerdan?) sobre la defensa de los intereses de Aragón y tal y tal. El
juez Albar (al que en instancia superior acaban de echarle abajo
su sentencia sobre la remodelación de La Romareda) sigue
contragobernando la ciudad de Zaragoza, en abierta pugna con el alcalde Belloch,
quien a su vez está poniendo el Ayuntamiento patas arriba para
demostrar que cualquier situación es susceptible de empeorar. Y la
ciudadanía, incapaz de valorar las movidas multimillonaria que les
contamos a diario, sólo tiene una ilusión: comer, aunque sólo sea una
vez, en ese exclusivo restaurante de las Cortes donde papeas a lo fino
por una seiscientas pesetas. ¡Ay, madre!
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