En un artículo que ha ido y venido por las redes sociales, el diputado socialista José Andrés Torres Mora se apoya en su amigo, el filósofo Daniel Innerarity
para poner sobre la mesa la relación entre conocimiento y democracia y
alertar sobre los fallos cognitivos que impiden ver la complejidad de
los fenómenos que nos afectan. Torres Mora reproduce una conversación de taxi
en la que apabulló al conductor del vehículo demostrándole, dato a
dato, que el presupuesto del Congreso de los Diputados español (87
millones anuales) está muy por debajo (en términos absolutos y
relativos) del de los parlamentos francés o alemán (534 y 687 millones,
respectivamente) y, ¡oh maravilla!, del que dedican a cada ejercicio el
Real Madrid y el CF Barcelona (más de novecientos cuarenta millones
entre ambos). La conclusión es obvia: hablamos a menudo sin manejar
datos ciertos y precisos. Así, grandes defensores de los estados
centralizados, que ponen a Francia como modelo de eficiencia
administrativa, no saben u olvidan que el país vecino tiene una
plantilla de funcionarios muy superior a la de la atribulada España
(aquí estamos, más o menos. a la par con Alemania).
Es cierto que
sin conocimiento (por parte de los administradores y de los
administrados) no hay democracia. Es imposible afrontar la actual crisis
creyendo que ésta es consecuencia exclusiva del despilfarro público
(que haberlo lo ha habido, desde luego) y no del estallido de la burbuja
inmobiliaria, el fracaso de bancos y cajas y el brutal y anormal
incremento del precio del dinero. España no tiene hoy (todavía) una
deuda pública intratable pero ésta no deja de crecer por el trasvase al
Estado de la deuda privada (bancaria), por un crecimiento de los
intereses devengados muy superior al del PIB y por el descenso de
ingresos motivado por la recesión.
¿Es todo esto complicado? Sin
duda. Pero, como se suele decir ahora, es lo que hay. Mientras, tenemos
un Gobierno incapaz, desorientado, incómodo (por todo ello) con la
democracia... y mucho peor que el anterior (que a su vez fue
desastroso). Efectivamente: qué mala es la ignorancia.
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