El comité de huelga de los trabajadores de la limpieza de centros
sanitarios acudió ayer a la sede del Departamento de Sanidad y Bienestar
(¿Bienestar?) Social. Por supuesto no fueron recibidos por su
consejero. Es posible que este anduviese poniéndose en forma o ensayando
alguno de sus inauditos discursos, y, claro, no tuvo tiempo para
ocuparse personalmente de un conflicto que tiene muy graves
consecuencias en el funcionamiento de hospitales y otras dependencias
del Salud aragonés. En su lugar dieron la cara (muy dura, ¿eh?) unos
burócratas que trataron a las limpiadoras con una indiferencia rayana en
el desprecio, como si fuesen unas consentidas insolidarias aferradas a
no se sabe qué privilegios. A este punto hemos llegado: incluso la gente
peor pagada y enrolada en las más penosas actividades es presionada
para que admita severas reducciones de su sueldo y peores condiciones de
trabajo.
Es el programa conservador (o neoconservador o
ultraliberal, si lo prefieren), un plan que ya ha logrado en tiempo
récord algunos de sus objetivos (por ejemplo, acabar con las cajas de
ahorro para dejar campo libre a la banca privada en el control del
sistema financiero) pero que todavía tiene mucho recorrido. "Este es el
momento", ha dicho Aznar, convertido en el apóstol de la revolución neocón. "Un poco de paciencia, todo llegará", replica Rajoy. Y con ellos, sus acólitos, los telepredicadores de la derecha, los expertos
en economía desregulada, los lameculos y los tontos útiles claman:
"¡Tenemos la ocasión!, ¡tenemos los instrumentos políticos!...
¡Hagámoslo!" Y afilan los cuchillos para transformar los respectivos
sistemas públicos de pensiones, sanidad y educación en prestaciones y
servicios de carácter marginal para que el sector privado entre a saco
en ellos o los sustituya. ¡Bah!, se nos argumenta: son insostenibles,
solo ofrecen fracaso, son muy caros e ineficientes; mejor los hacemos
saltar por las aires y ya vendrán a sustituirlos los seguros médicos,
los bancos y los fondos de inversión.
Ahora o nunca, vocea el neocón. Donde pisa su destructor caballo no vuelve a crecer la hierba.
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