La reforma administrativa que propone el Gobierno (rebautizada como reforma Soraya) está llamada a generar grandísimos ahorros, reducir la burocracia y recentralizar el Estado. Eso es al menos lo que aseguran los portavoces oficiales y los periodistas oficiosos. La vicepresidenta Sáez de Santamaría destacó ayer la naturaleza titánica y colosal del trabajo llevado a cabo para elaborar esta nueva propuesta. A su lado, el ministro Montoro
asentía con esa semisonrisa suya de quien conoce la clave del
secretito. Mientras, un servidor (si se me permite decirlo) se iba
barruntando que esto no va a llevarnos a ninguna parte: el ahorro será
ínfimo, las administraciones públicas no ganarán en eficiencia, habrá
más ruido que nueces... O sea, otra dosis para los adictos a la realidad
percibida.
La reforma eliminará organismos públicos de
escasa o muy escasa entidad, fusionará otros, hará recomendaciones a las
autonomías que éstas no atenderán (salvo quizás en lo referido a
reducir los respectivos parlamentos, al estilo Cospedal), acabará
con iniciativas interesantes (si no encajan con la visión pepera de la
vida), producirá mucho ruido y fomentará la torpe y errónea idea de que
el Estado es una rémora y un peñazo. Por supuesto nada cambiará de
verdad. Para muestra, un botón: ¿saben ustedes que la astuta Soraya
dispone ya de más guardaespaldas y asistentes que su predecesora, Teresa Fernández de la Vega?
Es cierto que este país necesita una auténtica reforma administrativa
como necesita una ley de transparencia. Pero cuando los jefes del PP se
refieren a ambos objetivos describen algo muy distinto a lo imaginado
por los demás mortales. Ellos van a otra cosa. También han reclamado a
gritos la independencia de jueces y fiscales, o la objetividad de los
medios de información públicos, o la bajada de impuestos... y luego,
tararí.
La última reforma, entre otras cosas, abortará el neonato
Instituto de Investigación del Cambio Climático, el que iba a ir en el
Pabellón de España de la Expo zaragozana. Lógico. ¡Para qué vamos a
investigar el efecto invernadero, si para explicárnoslo ya está el primo
de Rajoy!
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