Son muchas las cosas que no están saliendo como se esperaba. Al
final, los cenizos tenían mejor visión prospectiva. Y hoy ya sabemos que
el pabellón de España en la Expo no albergará el Laboratorio Nacional
sobre cambio climático, ni la CAI se encargará de la Torre del Agua (va a
pagar una pasta con tal de quitarse el muerto), ni Ibercaja hará de
momento cosa alguna con el Pabellón Puente (le ha cedido el artefacto
al Ayuntamiento de Zaragoza durante seis meses, a ver qué pasa mientras
tanto)... Van a tener que botar nuevos barcos en el Ebro y Barrabés ha dejado el precioso chiringuito que tenía en Walqa. Lo más guay de estos días ha sido el viaje a Motorland de Luisa Fernanda Rudi
para inaugurar, con asistencia de las demás autoridades, un tallercito
donde prepararán motos de carreras. Ya se ve la luz al final del túnel,
insiste Rajoy. Belloch, mucho más suelto, quiso hablar de Yesa (el pantano maldito) y acabó enredándose con el canal de Bárcenas. Delirante.
El problema es que no te puedes fiar ni de Dios (lo pongo con mayúscula
porque me he permitido aludir al Único Verdadero). Nada es seguro,
menos en España y menos aún en Suiza. El barullo de ese informe de la
Agencia Tributaria que atribuye a la infanta Cristina unas transacciones inmobiliarias que ella desmiente, el baile de jueces (o de tribunales) en los casos que afectan a personas de poder (Fabra, Blesa,
la Gürtel...), las filtraciones y contrafiltraciones lanzadas a través
de los medios, las actuaciones gubernativas y policiales cada vez más
desquiciantes (la última: la presunta agresión de los Mossos a un
periodista barcelonés especializado precisamente en tramas de extrema
derecha y abusos por parte de las fuerzas del orden)... Todo ese
caleidoscopio de mentiras, medias verdades, conjuras, robos y
presunciones de inocencia está dejando a la ciudadanía exhausta.
Puede ser que esté bajando el nivel de asistencia a las manifestaciones
(aunque a Sangüesa fueron 3.000 a clamar contra Yesa). Pero si tal cosa
sucede será porque el personal, superado por el chaparrón, solo puede
hacer una cosa: desconfiar.
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