En su infinita simpleza, el ministro Wert
explicó su idea de la futura educación española: los alumnos de
familias acomodadas aprobarán con el 5 de rigor; los de clase media baja
o pobres de solemnidad necesitarán un 6,5. Punto y medio de ventaja
(más la posibilidad de agotar convocatorias) a favor de la gente bien.
No sé si al final el tema de las becas saldrá tal cual (tanto descaro
ha causado estupefacción incluso en el PP), pero en todo caso ha
permitido visualizar con absoluta claridad qué clase de sociedad quieren
estos apóstoles de las reformas. A mí, que estudié
Bachillerato en los 60 y fui a la Universidad en los 70, todo el rollete
de la excelencia y la exigencia que se traen entre manos me suena, me
suena mucho. Es el retorno a un sistema formativo sometido a durísimas
pautas de selección por motivos económicos. O tus papás tienen pasta o
eres un genio. Los demás, a silbar a la vía.
Tanto las personas de mucho orden como algunos muertos de hambre
adeptos a la burricie, piden a gritos la voladura de la enseñanza
pública. Las webs recogen el bramido inculto de quienes arremeten contra
los profesores-funcionarios, los investigadores becados y cualquier
cerebro que se ponga a tiro (especialmente si su beneficiario lleva
camiseta verde y se niega a saludar al desdichado Wert). En paralelo,
escribidores de la onda neocón pontifican que la Universidad española es
una mierda, cuando lo cierto es que sus titulados ocupan puestos a
todos lo niveles en las mejores industrias, equipos científicos y
hospitales de todo el mundo.
Lo privado es maravilloso; lo público, desastroso. Así que en España,
donde las universidades privadas son (en general) una salida de
emergencia para alumnos mediocres con posibles y la sanidad privada es
(también salvo excepciones) un ámbito incierto y a menudo peligroso, hay
que darle la vuelta a la tortilla como sea: con leyes demenciales y con
argumentos ridículos. En éstas, inauguraron en Zaragoza un tanatorio
privado. Al rato, su horno crematorio provocó un incendio y dejó de
funcionar. Los cadáveres acabaron... en las instalaciones municipales.
Públicas, las muy cabronas.
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