La consejera de Educación y Cultura del Gobierno de Aragón y su
homólogo de Sanidad y Bienestar Social han dado a su gestión un peculiar
enfoque destructivo. A Serrat se la ve tensa y desasosegada, porque tal vez no había contado con las constantes protestas de la comunidad educativa. Pero Oliván
luce de lo más fresco: va cada día al gimnasio, acaba su jornada
laboral con eficaz prontitud y sus declaraciones en público o en privado
dejan estupefactos a quienes le escuchan, pues se expresa con singular
desahogo y crudeza. No disimula, no se anda por las ramas. ¿Es un friki?
¿Es un tardofranquista? ¿Es un terminator neocón? Vayan ustedes a saber.
El consejero en cuestión no se ha recatado en llamar tramposos o estafadores (minibárcenas
es la palabra concreta) a usuarios de la sanidad y a profesionales de
la misma. Supongo que ahora dirá lo mismo de los limpiadores que se han
declarado en huelga. Que los citados trabajadores pretendan conservar el
empleo y unos salarios que les equiparan nada menos a la más baja
categoría del personal estatutario le parecerá una barbaridad. A los
afectados no les ha quedado otra salida que plantarse para evitar
quedarse sin convenio y acabar volviendo al mínimo interprofesional (que
también intentan dinamitar) y al albur de la Reforma Laboral. Pero a
Oliván y a las empresas concesionarias (la limpieza de los centros
sanitarios lleva decenios externalizada) tales pretensiones les
parecerán una osadía inaceptable. De ahí las provocaciones, los despidos
y otras tácticas intimidatorias.
Sin embargo, la huelga de los
limpiadores simboliza y resume la lucha en defensa de la sanidad
pública. El intento de machacar a dicho colectivo forma parte de un
programa para desmantelar el sistema; programa que ya está dejando
huella en los usos y protocolos habituales. Quienes trabajan en los
hospitales de agudos saben que los controles se están aflojando, que ya
no se cambia la ropa de las camas con la frecuencia de antes y la
merienda se deja en las mesillas con la comida, que los recursos básicos
asignados a las plantas han disminuido, que la reducción paralela de
personal de refuerzo devalúa poco a poco la calidad de la atención. La
intención última, que el consejero ni se molesta en ocultar, es
privatizar todos los servicios auxiliares. Y abaratarlos de tal forma
que el ajuste se combine con el beneficio de las concesionarias. Por eso
hay tanto empeño en tumbar a los limpiadores, meterlos en cintura,
depurar las plantillas y luego someterlos a una intensa
sobreexplotación.
La huelga de los limpiadores afecta a todos los
trabajadores y usuarios de la sanidad pública. El destino de estos
valientes hombres y mujeres determinará el de otros colectivos. Y es
mucho lo que está en juego.
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