Decir que los responsables del Banco de España "están pidiendo a gritos que les den una lección" quizás parezca un poquito fuerte. Aunque
no tanto si esos personajes han propuesto romper hacia abajo el tope
del salario mínimo interprofesional y generalizar la ruptura de los
convenios colectivos. En todo caso, hay que ser muy suspicaz, muy
pusilánime o muy poco demócrata para ver en las reacciones indignadas
ante la que nos cae algún tipo de incitación a la violencia. El cabreo,
sí, anda a la orden del día porque pasan cosas terribles. Y sin embargo
las reacciones de protesta ante el empobrecimiento general, la
corrupción por parte de los poderosos, las estafas bancarias, los
brutales recortes y demás lindezas son en su práctica totalidad
pacíficas y respetuosas con las reglas. Se ha producido muchísima más
violencia de arriba hacia abajo (despidos injustificables, desahucios,
preferentes, intervenciones policiales...) que al revés. El domingo, las
mareas desfilaron por la calle Alfonso de Zaragoza. Para ello
hizo falta una sentencia judicial. ¿Y luego, qué? ¿Sucedió algo especial
al paso frente al inmueble donde vive la consejera Serrat? Pues no; claro que no.
Lo que se siente cuando uno tiene que describir y analizar ciertas
medidas y actitudes del poder queda muy bien reflejado en este párrafo:
"Leo a menudo los informes sobre los tejemanejes políticos con una
especie de cansado cinismo. Sin embargo, de cuando en cuando, los
gobernantes hacen algo tan erróneo, fundamental y moralmente, que el
cinismo no basta para combatirlo. En vez de eso llega la hora de
enfadarse... muchísimo". Lo dice Paul Krugman, profesor de
Princeton y Premio Nobel del Economía. No es un radical ni un activista
ni siquiera un periodista combativo, es un prestigioso académico que,
eso sí, conserva las adecuadas dosis de ética y vergüenza propias de un
intelectual honesto y comprometido.
La leyenda de una violencia
antisistema que amenaza las murallas de la acrópolis democrática no se
corresponde con la realidad. La gente de la calle es más buena que el
pan. Aunque a veces se enfade. Qué menos.
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