Tengo más fe en los fenómenos casuales que en las teorías de la
conspiración. Pero a veces los acontecimientos no pueden ser explicados
simplemente en función de la matemática combinatoria. Sus causas son más
complejas, más premeditadas, más objetivas. Por ejemplo, ¿es casualidad
que las limpiadoras de los centros sanitarios aragoneses tuviesen que
ir ayer hasta Motorland para conseguir hablar, ¡al fin!, con la
presidenta Rudi? ¿Es fruto del azar que la mencionada jefa se
mostrará, ¡oh milagro!, accesible, como si la visión de los circuitos
hubiese dulcificado su indomable carácter? Pues no, no lo es. A la
postre, una Ciudad del Motor donde se están enterrando decenas y aun
cientos de millones es el mejor lugar en el que consolarse de la ruina
que afecta al sistema público de salud. Lo uno por lo otro.
No es casualidad tampoco que varias primas lejanas del Rey aparezcan involucradas en la red del financiero chino Gao Ping,
ni que estas nobles damas (como tantos otros presuntos chorizos que van
saliendo a relucir) se hubiesen acogido a la amnistía fiscal, pues Montoro
les ofreció lavar su dinero negro a un precio mucho más barato que el
exigido por la Mafia. Tampoco lo es que varios familiares directos de la
ministra Báñez hayan salido a relucir en la investigación del caso Mercasevilla (o sea, gente de la onda pepera en un barullo sociata).
Todo ello resulta coherente en un país donde el fraude fiscal y los
negocios derivados del tráfico de influencias han sido durante lustros
el principal motor de la economía aparente.
Todo cuadra: la
ignorancia de los altos jefes del PP respecto de la obligación de
tributar los pagos en especie, el apoyo explícito de un asesor de
Comisiones Obreras al informe de los expertos que certificaron
anticipadamente la defunción de la Seguridad Social, los arranques y
repliegues del soberanista Mas, la masiva presencia de
exministros y expresidentes en los consejos de administración de las
eléctricas... Todo encaja, todo tiene sentido. La casualidad ha sido
desbordada por la avaricia. ¡Y pensar que criticábamos a los
divulgadores del marxismo por deterministas!
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