miércoles, 19 de junio de 2013

En un país de presuntos culpables 20130619

No, amigos, cuando hablo de suspicacia extrema no me refiero solo a la escasa (por no decir nula) confianza que nos inspiran los políticos, o los jueces, o los propios medios informativos. No. El problema radica en que la ausencia de credibilidad se ha extendido imparable por doquier. Uno no se fía de la Agencia Tributaria, ni del Tribunal Constitucional, ni de los telediarios, ni de las confesiones de inocencia que hace Bretón en el juicio por el supuesto asesinato de sus propios hijos. España es un país repleto de presuntos culpables. Y lo peor de todo, eso sí lo reconozco, es que nuestro descreimiento agrava las terribles consecuencias de este ajuste de cuentas que llaman crisis y nos sume en la desesperanza y la resignación.

España, ¡ay, Señor!, apenas se acababa de estrenar en los usos democráticos y ya torna a estar de vuelta. Carece de la conciencia y la capacidad de respuesta social existente en otras naciones más rodadas en el tema de las libertades cívicas. ¿Cómo, si no, entender la displicencia del ministro de Hacienda, el inaudito Montoro, ante ese merdé que ha armado la Agencia Tributaria con las ventas de inmuebles atribuidos a la infanta Cristina? La gente la flipa. ¿Es el informe del fisco la suprema revelación de un truco para justificar los ingresos de la hija del Rey? ¿Estamos ante un error porque alguien o algún chisme electrónico confundieron el DNI de la dama, cuyo número (el 00000014) resulta ser inconfundible? ¿O se ha lanzado una cortina de humo, una falsedad obvia, para llenar de confusión la instrucción del caso Urdangarin? Pero el de Hacienda, oye, como si nada.

En el mundo global, la invasión de la privacidad y el espionaje político, militar, económico e industrial están a la orden del día. La corrupción impera. La democracia social retrocede. No puedes confiar en Obama, ni en Putin, ni en Lagarde (la jefa del Fondo Monetario Internacional), ni en Adelson (el de Eurovegas), ni en Botín, ni en el consejero aragonés de Sanidad y Malestar Social, ni en los policías que le pegaron un tiro al perro ese en Delicias. Así hemos llegado a no confiar ni en nosotros mismos. 

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