Es lógico que muchas personas (entre las cuales me encuentro)
consideren que el mejor aliciente para la ciudad de Zaragoza, ahora
mismo, sería disponer de una administración eficiente capaz de mejorar
los recursos municipales y ponerlos al servicio del vecindario (que para
eso los paga). La capital aragonesa va bien servida en lo que a
cacharros emblemáticos se refiere: un pabellón puente sin uso aparente,
una torre hueca inservible, un telecabina aéreo que cría herrumbre tan
ricamente, edificios recuperados con los que no se sabe qué hacer, un museo supuestamente moderno que parece comprado en alguna tienda de guggenheims
a cien pesetas (aunque el nuestro costó un huevo y la yema del otro)...
De todo esto no nos hace falta más. Pero equipamientos sociales en el
Sur, buenas infraestructuras, escuelas infantiles, actividades
culturales de calidad, planes de movilidad coherentes, zonas verdes
cuidadas y otras maravillas de lo cotidiano siempre serán bienvenidas. Y
lo más importante de todo: aprovechar el último reventón de la burbuja
inmobiliaria para arrebatarles la planificación urbanística a los
cárteles del suelo y el ladrillo y devolvérselo al Pleno municipal.
¡Menuda conquista!
Zaragoza dispone ya de alicientes que es
necesario conservar. Es una urbe bastante habitable. Acaba de terminar
su primera línea de tranvía, un éxito total. Poco a poco se va
peatonalizando. Avanza lentamente en parámetros de sostenibilidad. Se
asoma por fin al Ebro. Ha arreglado con aceptable gusto su Casco
Antiguo. Si necesita algo no es crecer sino consolidar su trama urbana. A
esta ciudad no le hacen falta más sacudidas. En los últimos cuarenta
años se han conseguido grandes logros. Ni tantos ni tan buenos como
hubiera sido exigible dado el dinero invertido, pero suficientes como
para lavarle la cara a la vieja Cesaraugusta y darle brillo. Estos días
las asociaciones de barrios han celebrado exposiciones recordado el
cuarenta aniversario de su fundación. Les recomiendo visitarlas (por
ejemplo la de San José, abierta todavía). Vean cómo era Zaragoza y cómo
es. Ahí radica nuestro mayor aliciente.
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