La semana pasada Eloy Fernández Clemente presentó el segundo volumen de sus extensas memorias: Los años de Andalán, 1972-87. Justo al mismo tiempo se celebraba la vigésima edición de los Aragoneses del Año, en la que se proclamó a José Antonio Labordeta
como el personaje más relevante de estas dos décadas. Aunque estuve en
el segundo acto y por tanto me perdí el primero (disculpa, Eloy, pero el
deber es el deber), vuelvo sobre ellos porque ambos cierran un circuito
importante y transcendente de nuestra más reciente historia. El Andalán
y Labordeta simbolizan un instante crucial, una época de proyectos
colectivos y de liderazgos consistentes durante la cual muchos llegamos a
creernos Aragón. Fue el momento casi mágico en que vislumbramos un
horizonte de innovación, de cultura, de solidaridad, de democracia y de
libertad.
Yo no estuve en Andalán, sino en la acera de enfrente.
Pero aquel semanario también influyó en mi vida (particularmente en mi
vida profesional) porque introdujo nuevas y transformadoras visiones del
papel que ha de jugar el periodismo, empujando a los medios más
tradicionales a revisar su propio estilo y naturaleza. Fue allí y
entonces cuando surgieron visiones hasta entonces inéditas de Aragón.
Tal vez fuesen, algunas de ellas, demasiado ingenuas, desenfocadas o
absurdas, pero rompían con la inercia de una comunidad aherrojada por el
caciquismo, por el atraso y sobre todo por una percepción de sí misma
ciertamente desgraciada. Fue el imperioso deseo de progresar y dejar
atrás los viejos tiempos lo que produjo la mayoría de las ideas-fuerza
que definirían el horizonte de la autonomía y motivarían sus mejores
logros.
Por supuesto, después vino lo que vino: avances, éxitos,
fracasos, desencanto y una paulatina devaluación de las ideas y de los
liderazgos. Labordeta permaneció, sin embargo, como icono y resumen de
todo lo mejor que hubo en los años de Andalán (y de tantas otras cosas).
Ésa es la clave de su consagración como personaje clave, a un nivel que
en todo el siglo XX sólo es comparable con el de Joaquín Costa. Bien... ¿Y a partir de ahora?
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