El déficit público sigue creciendo, y a una velocidad endiablada. Sin
embargo, el Gobierno (los gobiernos) está recortando cuanto puede e
incluso lo que no puede (o no debe). En plena apoteosis de la
austeridad, la deuda del Estado se dispara, entre otras cosas porque
absorbe sin cesar débitos que corresponden a los bancos, a las
autopistas, a las multinacionales, a las eléctricas... Así que sólo
queda una alternativa: seguir recortando gastos (sociales, ¿qué otros?) y
fingir que se va a combatir el maldito déficit con medidas de gran
calado. Haciendo una infantil pirueta con esa premisa según la cual los
ciudadanos se aprietan el cinturón pero las instituciones y los
políticos no, se anuncia una reforma administrativa que una vez más (y
eso lo reconocen incluso reputados ultraliberales) no es sino un brindis
al sol. Estrepitoso, eso sí.
En primer lugar, corresponder a los
sacrificios de los ciudadanos quitándoles servicios que les ayudan a
pasar el trago del empobrecimiento resulta una medicina muy amarga. Pero
es que además la reforma en ciernes no se dirige a poner orden en las
administraciones, mejorar su eficacia y reforzar la transparencia. Más
bien intenta crear la percepción de que el Ejecutivo toma medidas aunque
no hace sino ejercicios de cosmética mientras deriva responsabilidades
hacia la periferia institucional. Ahorro neto computable: escaso. Una
cosa es vender la noticia de que el coche de lujo (en realidad un volkswagen Phaeton) usado por Gallardón
cuando era alcalde de Madrid ha sido transformado en patrullero
policial, y otro reducir de verdad los gastos de la endeudadísima
capital de España.
En Aragón acabamos de comprobar cómo funciona
esto. Fomento dijo que no iba a pagar las líneas férreas en pérdidas.
Por lo cual la DGA deberá hacerse cargo de las mismas apoquinando más de
trece millones de euros. O sea, que el déficit permanece pero cambia
definitivamente de asiento. Ahora bien, las famosas comarcas y las no
menos famosas sociedades públicas aragonesas no nos las quitamos de
encima ni duchándonos con agua hirviendo. Va por ustedes.
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